martes, 6 de mayo de 2025

Giuseppe Verdi – Salvatore Cammarano · Alzira. Traducción: Nahuel Cerrutti.

ÓPERA EN UN PRÓLOGO Y DOS ACTOS

La escena se desarrolla en Lima y otros lugares de Perú, hacia mediados del siglo XVI.

PERSONAJES

ÁLVARO · Padre de Gusmano, gobernador de Perú · Bajo

GUSMANO · Gobernador de Perú · Barítono

OVANDO · Duque español · Tenor

ZAMORO · Cacique de tribu peruana · Tenor

ALZIRA · Hija de Ataliba · Soprano

ZUMA · Hermana de Alzira · Mezzosoprano

OTUMBO · Guerrero americano · Tenor

Oficiales y soldados españoles; indios americanos de ambos sexos · Coro

PRÓLOGO

EL PRISIONERO

Vasta llanura bañada por el Rímac; el oriente está cargado de majestuosas nubes, purpuradas por los rayos del sol naciente. Otumbo, a la cabeza de una tribu de americanos, arrastra a Álvaro encadenado; algunos lo atan a un tronco.

OTUMBO, INDIOS (CORO), con acento feroz.— ¡Muera,

muera cubierto de insultos,

que el martirio sea cruel pero lento,

y le arranque cobardes sollozos

el tormento de mil tormentos!

¡Oh, hermanos, que caísteis luchando,

surgid de las tumbas ululando!

¡Entonemos juntos el himno del triunfo

mientras él exhala su último respiro!

ÁLVARO.— Que el dios a quien invoco

ya próximo a morir los perdone.

OTUMBO, INDIOS (CORO).— ¡Muera!

Los americanos se abalanzan sobre el prisionero lanzando gritos de frenético gozo, portan dardos, lanzas y tizones ardiendo. Por el río aparece una canoa.

OTUMBO.— ¿Quién viene?

Un americano desciende de la canoa.

INDIOS (CORO), reconociendo a Zamoro.— ¡Ah!

OTUMBO, grito de gozo y maravilla.— ¡Tú!

INDIOS (CORO), arrojándose, con Otumbo, a sus pies.— ¡Es verdad!

ZAMORO, acercándose.— ¡Levantaos!

¡Un prisionero!

Mira fijamente a Álvaro y parece conmovido por su venerable canicie.

No quiero a mi retorno

el gozo mezclado con la sangre:

¡Dejádmelo!

OTUMBO, INDIOS (CORO).— Es tuyo.

ZAMORO, desata a Álvaro.— Vive.

ÁLVARO, maravillado.— ¡Cielos!

ZAMORO.— Regresa con los tuyos, anciano,

y a aquéllos que nos llaman salvajes

cuéntales quién fue que te donó la vida.

ÁLVARO, abrazando a Zamoro con la efusión propia de un alma agradecida.— Mi llanto te dice

lo que no puede mi acento.

A una señal de Zamoro, Álvaro parte escoltado por algunos de la tribu.

OTUMBO.— ¡Ah! ¿Qué Dios cuidó tus días, Zamoro?

¡Aquí te creíamos muerto, y te lloramos!

ZAMORO.— Tal parecí entonces a los enemigos

por el tormento al que me sometió

el impío Gusmano...

¡Ay! Siento que ante ese nombre

mi sangre hierve y se eriza mi pelo!

¡A un inca... qué horrible exceso!

¡A una señal suya

fui entregado a las manos de reos torturadores!

¡Y los bárbaros somos nosotros!

Me pareció, en aquel feroz suplicio,

que la luz me era negada,

pero en mi pecho quedaba un soplo,

un hálito de vida.

¡Sí, todavía vivo, o pérfido,

debes temer mi furor!

Alzira, abre otra vez tus brazos,

estoy vivo todavía.

OTUMBO.— La mísera está en Lima

con su padre prisionera.

ZAMORO.— ¡Eso anhelo, o cielo!

Quitarte del yugo ibérico,

esposa, en ello confío.

OTUMBO, INDIOS (CORO).— Cuéntanos...

ZAMORO.— Escuchad.

Resurgido de entre las tinieblas,

me arrastré por largos senderos solitarios,

hasta donde los rayos del sol

llueven menos férvidos,

y por mí supo su gente

los ultrajes hispánicos.

OTUMBO, INDIOS (CORO).— ¿Y entonces?...

ZAMORO.— Surgieron armadas

mil tribus guerreras...

que pronto llegarán

a juntar sus filas.

A cientos y cientos

vengaremos en un solo día.

OTUMBO, INDIOS (CORO).— ¡Oh, qué gozo!...

¿Es que acaso ha llegado el gran momento?

ZAMORO.— ¡Ah! Sí.

Se abrazan con los ojos centelleantes de salvaje exultación e irrumpen cual una sola voz.

TODOS.— ¡Dios de la guerra,

libera tu furor

e infúndelo en nuestros pechos!

¡Tiemblen esos crueles opresores,

monstruos ávidos de oro y de sangre!

¡Todos morirán de horrenda muerte;

ni rogo, ni tumba, ni uno solo la tendrá!

¡El odio, que atroz nuestro corazón enciende,

se nutrirá de sus cadáveres!

Se ponen en marcha, tumultuosos, agitando al viento vivamente sus dardos, clavas y lanzas.

ACTO PRIMERO

VIDA POR VIDA

Escena primera

Plaza de Lima. Al sonido ameno de instrumentos bélicos se agrupan las milicias españolas; los oficiales

forman un corro.

ALGUNOS SOLDADOS (CORO I).— Llega ahora mismo,

desde tierras hispanas, un mensaje del soberano.

OTROS SOLDADOS (CORO II).— ¡Del soberano!

(CORO I).— Es verdad.

(CORO II).— ¿Es qué acaso nos llama a las armas?

SOLDADOS (CORO · Todos).— Si es ese su anhelo

al amanecer veremos ondear

las insignias de Iberia;

volaremos a conquistar

nuevos laureles y nuevos reinos.

Escena segunda

Entran Álvaro, Gusmano, Ataliba y otros oficiales.

ÁLVARO.— ¡Una alta causa nos congrega, o fuertes!

Dada mi avanzada edad,

dejo el control de esta amplia región.

El rey la entrega en custodia a más gallarda mano:

Presenta a Gusmano a la tropa.

¡Es mi hijo quien me sucede!

SOLDADOS (CORO).— ¡Viva Gusmano!

GUSMANO.— Como primer acto en mi nuevo cargo,

fírmese la paz entre el inca y nosotros.

Él se inclina ante el monarca ibérico

y el venerado imperio.

ATALIBA, levanta su diestra en acto de grave juramento.— Y mi fe a él se obliga.

GUSMANO.— ¡Ábranse por tanto para ellos

las puertas de la ciudad!

¡Una dulce prenda prometiste

para asegurar la paz!

ATALIBA.— ¿Alzira? ¡Es verdad!...

Pero dudo que este momento sea propicio para el himeneo,

ella guarda en su interior una fatal mesticia...

GUSMANO.— ¡Lo entiendo!

¡La eterna memoria

de un loco amor la llena!

¡Desde el reino de las tinieblas

una sombra me la contiende!

Ahora muerto temo la fuerza

de a quien vivo debelé.

¡Vencí en mil batallas

pero no puedo vencer a un corazón!

ÁLVARO.— ¡Persiste y vencerás!

Amor produce amor.

ATALIBA.— Deberías conceder un tiempo

a su martirio.

GUSMANO.— El ardor que siento

no tolera tiempo alguno.

Señor, doblégala a mis deseos.

Eres padre, fuiste rey,

impone, exhorta, ruega...

ATALIBA.— Lo haré... confía en mí. Sale.

GUSMANO.— El cielo, benigno, me ofreció

cuanto un mortal puede pedir,

me cubrió de gloria,

puso un mundo a mis pies.

Mas no se satisface el alma

que por otro bien suspira.

¡Ah, sin el corazón de Alzira

el mundo es poco para mí!

ÁLVARO, SOLDADOS (CORO).— La deseada Alzira

su amor te conceda. Salen.

Escena tercera

Habitación destinada a Ataliba en el palacio del gobernador. Zuma avanza silenciosamente, seguida por otras doncellas americanas; levanta una cortina detrás de la cual se ve a Alzira yacente.

ZUMA.— Reposa. En su dolor pasó despierta

todas las horas de la noche;

por fin el amanecer trajo un leve sopor

sobre sus ojos cansados del llanto.

DONCELLAS.— Ojalá que un Dios le muestre

las más gratas imágenes;

o al menos que el sueño le infunda paz

a esta alma oprimida

ALZIRA, soñando.— ¡Zamoro!...

ZUMA.— ¡Siempre, despierta o dormida, ese nombre!

ALZIRA, despertándose, recorre el escenario como si buscara

a alguien.— ¿Dónde está?... Desapareció... ¡Fue un sueño!

ZUMA.— ¡Alzira!...

¡Oh, cómo late tu corazón!

ALZIRA.— Intentaba liberarse de mi pecho

y volar hacia su bien,

lejos de este aire tan vital como aborrecido...

ZUMA.— Cálmate.

ALZIRA.— Él se me apareció.

ZUMA, DONCELLAS.— ¿Él?

ALZIRA.— Sí... escuchad.

De Gusmano, de su frágil barca,

yo huía, en el seno de las olas...

cuando surgió, terrible, la lluvia

para devastar cielo y mar.

Cargada de terror y angustia

pedí socorro en vano...

su presa, el océano

se aprestaba a engullir,

cuando en el seno de una sombra errante

fui llevada hacia las nubes.

¡En esa sombra, o beata de mí,

entreví mi tesoro!

¡El universo, en ese instante,

se me ocurrió vestido de amor...

y el rugido del torbellino

me pareció su voz!

ZUMA, DONCELLAS.— Cada una de nuestras almas,

tus fieles, de alta piedad, se llenan...

sin embargo, si los sueños nutren

tu pensamiento, ¿de qué vale?

Olvida ese amor infausto

a quien tanta guerra hace el cielo.

ALZIRA.— ¡Olvidarlo!

ZUMA, DONCELLAS.— Es forzoso hacerlo, oh, mísera:

Zamoro murió.

ALZIRA.— En la tierra.

Él vive en un lugar

más placentero, y me ama todavía.

En el astro que más fúlgido

en el cielo nocturno resplandece

está Zamoro,

inmortal chispa que palpita.

Convertida en luz,

me sea concedido ascender,

unirme a él y vivir

la vida en eterno amor.

ZUMA, DONCELLAS, para sí.— ¡El destino

fue demasiado bárbaro con un amor tan fiel!

Escena cuarta

Entra Ataliba.

ATALIBA.— ¡Hija!...

ALZIRA, va a su encuentro, con la cabeza gacha y casi en acto de postrarse.— ¡Padre!...

 A una señal de Ataliba, Zuma y las doncellas se retiran.

ATALIBA.— Ahora es necesario cumplir mi promesa:

debes conceder tu mano.

ALZIRA.— ¿A Gusmano?

¿Podría?...

¿Olvidó acaso tu memoria los sangrientos eventos?

Álvaro te quitó el trono con las armas,

mas no osó truncar tus días,

pero entretanto a Zamoro,

a quien tú mismo habías jurado unirme,

Gusmano le quitó el reino y la vida.

ATALIBA.— Deploramos su pérdida.

Pero ahora piensa en estos pueblos oprimidos,

privados de reyes y númenes;

a ellos les queda todavía una última esperanza;

el vivo amor que nutre por ti Gusmano...

ALZIRA.— ¡Amor!

¿Cómo puede tener lugar tan dulce afecto

en un corazón tan tirano?

ATALIBA.— Es oportuno que de sus labios

oigas cuánto te adora...

Alzira parece querer hablar.

El himeneo cambiará

la suerte adversa.

ALZIRA, en tono decidido.— No.

ATALIBA.— Cuando el padre impone

la hija obedece.

Sale.

ALZIRA.— ¡Oh!... ¡Antes la muerte!...

Escena quinta

Zuma y dicha.

ZUMA.— Uno de los hombres

que vigila las puertas,

anuncia que uno de los nuestros

implora entrar para arrodillarse a tus pies.

ALZIRA.— Que entre.

Zuma sale.

¿Quién será?

¿Qué motivo lo trae?

Escena sexta

Zamoro y dicha.

ZAMORO.— ¡Alma mía!...

ALZIRA, retrocediendo, y con un grito agudísimo.— ¡Ah! ¡Su fantasma!...

ZAMORO.— No, cálmate...

Respiro el aire de los días...

ALZIRA.— ¿Qué?... ¿No deliro? ¡Vives!...

ZAMORO.— Vivo para ti.

ALZIRA.— ¡Es verdad!

ZAMORO.— Mentira es lo que se cuenta.

ALZIRA.— ¡Oh, qué felicidad!

ZAMORO.— ¡Alzira mía!

ALZIRA.— ¡Zamoro!

ALZIRA, ZAMORO.— No lo resisto... muero...

¡Muero de placer!

ALZIRA.— ¿Qué prodigio te trajo hasta mí?

ZAMORO.— Me dejaron moribundo entre retortijones

creyendo que moriría...

¿Pero dime, es cierto que prometiste unirte

al aborrecido hispano?

ALZIRA.— ¿Podrías creerlo?

ZAMORO.— ¿Al malvado Gusmano?

ALZIRA.— ¡Ah! Háblame de tu amor solamente,

háblame de ti.

ZAMORO.— ¿Me amas todavía?

ALZIRA.— ¡Oh, tanto!

ZAMORO.— ¿Me juras?...

ALZIRA.— Eterna fidelidad.

ALZIRA, ZAMORO.— ¡Resurge en tus ojos

la luz de mis días!

¡En ti reencuentro

cuanto perdí hasta ahora!

¡Cayó el falaz imperio

de nuestros nada fiables númenes,

pero en ti tengo todavía

un numen fiable y verdadero!

Escena séptima

Entran Ataliba, Zuma y las doncellas; y Gusmano con oficiales y soldados españoles. Gusmano se percata del abrazo de Alzira y Zamoro.

GUSMANO.— ¡Qué osadía!... ¡Basta!

ALZIRA.— ¡Gusmano!

ATALIBA.— ¡No lo creo!

GUSMANO, adelantándose.— ¿Quién es el indigno?

¡Quiero verlo con mis propios ojos!

¡Zamoro!

ZUMA, DONCELLAS, SOLDADOS (CORO).— ¡Zamoro!

ZAMORO.— Sí, el mismo a quien robaste

todo bien sobre la tierra,

excepto el corazón de Alzira

que siempre fue mío

y siempre lo será.

GUSMANO.— ¡La ira me devora!

¡Soldados, al audaz os confío!

ALZIRA.— ¿Qué?

ATALIBA.— ¿Osas violar la paz?

GUSMANO.— Él ciertamente vino

a cumplir malvados designios.

Es un traidor.

ZAMORO.— Vine para llevarme a Alzira;

nuestro himeneo nos fue prometido.

ALZIRA.— Es verdad.

ZAMORO.— Su mano me es debida.

GUSMANO.— Lo que a ti se te debe es la segur.

ATALIBA.— ¡Señor!

GUSMANO.— ¡Arrastradlo para su ejecución!

ATALIBA, ZUMA.— ¡Oh, cielo!...

ALZIRA, interponiéndose entre Zamoro y los soldados.— ¡Detenéos!

ZAMORO.— Quise combatir contigo

pero a la pelea te llamé en vano,

ante ti me llevaron prisionero, Gusmano;

hablaste entonces de cadenas y patíbulos

y ahora hablas de segures y ejecuciones:

¿Y tú eres un guerrero?

¡Un verdugo, eso es lo que eres!

GUSMANO, a los soldados que se aprestan a llevarse a Zamoro.— ¿Habéis oído la orden?

¡Cumplidla!

ALZIRA.— ¡Oh cielo, ayuda!

Escena octava

Álvaro y dichos.

ÁLVARO, entrando.— ¿Qué pasa?

ALZIRA.— Zamoro está vivo

y el bárbaro lo quiere muerto.

ÁLVARO.— ¡Qué veo! ¡Es él,

el magnánimo a quien debo la vida!

ZUMA, GUSMANO, DONCELLAS, SOLDADOS (CORO).— ¿Será verdad?

ALZIRA, a Álvaro.— Implora piedad...

ÁLVARO.— Concédele el indulto.

GUSMANO.— ¡Ah! No...

ÁLVARO.— El indulto.

GUSMANO.— Su destino es la muerte,

ya de ella no puede sustraerse.

ÁLVARO, arrodillándose a los pies de Gusmano.— En la tierra, arrodillado,

he aquí al padre frente al hijo...

Él me quitó

de la cruel garra de la muerte...

¿Y tú quieres su suplicio?

¿Cómo puedes ser tan feroz e impío?

No, Gusmano, si apenas una gota

de mi sangre queda en ti.

GUSMANO.— A esta alma llena de ira

mal le hablas de clemencia,

quien me quita el corazón de Alzira

no tiene derecho a la existencia.

¡Ah! Por ti daría

mi sangre y mis días.

¡Pero la gracia que pides

es para mí peor que la muerte!

ALZIRA.— ¡La felicidad para nosotros

fue un breve sueño engañoso!

¡Pero sobre tus amaneceres

descendió un nimbo tenebroso!

Mas este cruel no puede tanto

como para arrancarme de tu lado:

tu destino es mi destino,

vida y muerte junto a ti.

ZAMORO.— ¡Vive, Alzira, pero fiel

al primer amor prometido!

Reserva en tu pecho

odio y desprecio eternos hacia el cruel;

Te confío la venganza

por el suplicio que él me prepara.

ZUMA, ATALIBA, DONCELLAS (CORO).— ¡Ay! cansada de la suerte

la ira todavía no es injusta.

GUERREROS (CORO).— Él, que un día escapó a su muerte,

ahora no podrá evitarla.

Se escucha un murmullo lejano que poco a poco va creciendo.

GUSMANO.— ¿Qué es lo que se oye?

Escena novena

Ovando y dichos. Ovando llega corriendo.

GUSMANO.— ¿Qué pasa?

OVANDO.— Numeroso, el enemigo cruzó el Rima.

Esos locos, impetuosos,

se dirigen rápidamente hacia Lima;

y en medio del fragor tumultuoso

de sus armas,

un grito amenazador

nos exige Zamoro.

ÁLVARO.— ¡Hijo!

ALZIRA.— ¡Gusmano!

ZAMORO.— ¡Moriré, pero seré vengado!

ÁLVARO.— ¿Qué piensas?

GUSMANO.— El evento hace del perdón propicio destino.

Padre, venciste: Vida por vida.

ÁLVARO, ATALIBA, ZAMORO, (CORO).— ¡Cielos!

ALZIRA.— ¿Es verdad?

GUSMANO.— A los guardias. Dejadlo en libertad.

Corre a abrazar a su padre. ¡Soy tu hijo!

A Zamoro. Vete al campo...

¡Allí nos veremos!

ZAMORO.— ¡Oh, qué felicidad!

GUSMANO.— Será breve el instante que durará tu vida.

Tiembla, tiembla... me cobraré con las armas

lo que te di, rival aborrecido...

¡Tu cabeza, que escapó a la segur,

no escapará a mi espada!

ZAMORO.— ¡Ah! Soberbio, ya me parece

verte morder el polvo destrozado.

De tu cabeza manchada de sangre

esta mano arrancará la cabellera.

ALZIRA.— Yo te sigo, quiero ser tu escudo

contra el furor del impío enemigo...

No habrá espada que alcance tu corazón

sin que antes el mío haya sido despedazado.

OVANDO, SOLDADOS (CORO).— ¡Enfrentémonos a estos locos

con la fuerza tremenda de las armas;

dentro de poco todo el campo será

un montón de cadáveres enemigos!

ÁLVARO, ATALIBA, ZUMA, DONCELLAS (CORO).— ¡Ah! ¡El genio funesto de las armas

ha despertado su tremendo fuego;

dentro de poco otra sangre

cubrirá esta tierra inocente!

Gusmano y los demás soldados blanden ferozmente las espadas y salen por el lado opuesto al que lo hace Zamoro. Ataliba y las mujeres impiden a Alzira seguir a Zamoro.

ACTO SEGUNDO

LA VENGANZA DE UN SALVAJE

Escena primera

Interior de la fortificación de Lima. Aquí y allí se ven grupos de soldados españoles bebiendo alegremente; también algunos prisioneros americanos, entre los cuales está Zamoro, que cruzan el escenario cargados de cadenas y rodeados de soldados que los custodian.

SOLDADOS (CORO).— Brindando. ¡Brindemos, brindemos! ¡Victoria, victoria!

¡Por el Soberano! ¡Por España! ¡Por la gloria!

A la lucha, al estrago y al furor

sucede la felicidad del triunfo.

¡Bebamos, bebamos! ¡Es debida merced

un vino ibérico para el ibérico valor!

Escena segunda

Gusmano y dichos, después Ovando.

GUSMANO.— Guerreros, con el nuevo día, repartid

entre vosotros el abundante botín enemigo.

SOLDADOS (CORO).— ¡Al valiente Gusmano, gratitud y aplausos!

OVANDO.— De la reunión de los jefes militares,

esta que os traigo es la sentencia:

solo falta tu nombre.

GUSMANO.— Leyendo. «Se condena por rebelde a Zamoro:

al amanecer será ajusticiado».

Se acerca a una mesa a fin de firmar la condena.

Escena tercera

Alzira y dichos.

ALZIRA.— Entra precipitadamente. ¡Ah! ¡No... clemencia, Gusmano!

GUSMANO.— ¿Para quién?

ALZIRA.— Para mí. Si él muere, yo muero.

A una señal de Gusmano, Ovando y los demás se retiran.

GUSMANO.— ¡Tú puedes cambiar el destino de Zamoro,

pero solo a un precio!

ALZIRA.— ¡Ah! ¡Pide mi sangre!

GUSMANO.— No, tu mano.

ALZIRA.— ¿Qué?

GUSMANO.— Sígueme al ara, y cumplido el himeneo, juro que sano y salvo él será alejado de este reino.

ALZIRA.— ¡Cielos! ¿Tendré que faltar a mi promesa?

GUSMANO.— Debes, o él morirá.

ALZIRA.— ¡Fatal y horrible elección!

GUSMANO.— Elige.

ALZIRA.— Estallando en lágrimas, se arroja desesperadamente a los pies de Gusmano. El llanto... la angustia... me privan del aliento... lo ves... estoy más muerta que viva...

Si me constriñes a ser perjura e infiel,

moriré, cruel, moriré a tus pies.

GUSMANO.— Ese dolor, ese llanto, me llegan al corazón,

mas en mí solo despiertan un celoso furor.

Firmo el decreto si dudas un momento.

Zamoro morirá, tú lo habrás matado.

Se inclina dispuesto a firmar la sentencia.

¡Qué muera!

ALZIRA.— ¡Cruel, detente!

¡Qué... viva!

GUSMANO.— ¡Viva!

Alzira... ¿Entonces eres mía?

¡Respóndeme!

ALZIRA.— Dejándose caer sobre una silla. Que él viva.

Escena cuarta

Ovando y dichos.

GUSMANO.— ¡Ya estás aquí!...

No hablemos más de la pira

y sí del ara y del tálamo.

Esta es mi esposa.

OVANDO.— ¡Tu esposa!

GUSMANO.— ¡Que el casamentero apreste el rito solemne,

y que la ciudad resplandezca

iluminada por innumerables antorchas!

OVANDO.— Corro.

GUSMANO.— Anuncia el evento.

ALZIRA.— ¡Cielos!

OVANDO.— Te obedezco.

Ovando parte.

GUSMANO.— En el colmo de la felicidad. ¡Ve! ¡Ah!

Mi alma está colmada de felicidad,

más no pido, ni anhelo.

¡No hay entre los hombres

quien te ame como yo te amo!

¡El amor que me domina

arde con eterna llama!

Es tal mi amor

que ningún bárbaro podría entenderlo.

ALZIRA.— ¡Hasta donde me ha arrastrado, ay, mísera,

el cruel y tremendo destino!

¡Este amor tan grande

a ser infiel me condena!

¡Oh muerte, solo de ti

me queda la esperanza!

¡A los pies del ara

no iré como esposa sino como víctima!

Salen.

Escena quinta

Horrible caverna, apenas iluminada por un rayo de luna que se cuela a través de un foramen. Durante un momento la escena queda vacía. Después, Otumbo entra con suma cautela y hace sonar un escudo áureo que está colgado; entonces un grupo de derrotados americanos sale de la parte más oscura y achatada de la espelunca.

OTUMBO.— ¡Amigos!

AMERICANOS (CORO).— ¿Y bien?

OTUMBO.— La suerte se alió conmigo,

y el oro, para nosotros causa de tantos males,

por una vez nos ha salvado:

Compré a los guardias de Zamoro

y al anochecer el inca habrá huído

vestido de español.

AMERICANOS (CORO).— ¡Oh, qué felicidad!

OTUMBO.— Es probable que llegue en breve.

AMERICANOS (CORO).— ¡Alguien se acerca!

OTUMBO.— Dirigiéndose hacia la boca del antro. ¡Es él!

Escena sexta

Zamoro y dichos. Zamoro porta la vestimenta de un soldado español. A su llegada todos se postran; él les indica que se levanten, y después pasea lentamente la mirada a su alrededor, llena de tristeza; por último, mira su vestimenta, avergonzado.

ZAMORO.— Miserables restos de perdida grandeza.

¿Qué es lo que nos queda?

OTUMBO.— Tu salvación.

En ti todavía revive alguna esperanza.

AMERICANOS (CORO).— Ven, y guarda para tiempos mejores

la llama generosa de la ira, y el antiguo valor.

ZAMORO.— Emocionado. ¿Tendría que alejarme

cual fugitivo cargado de vergüenza?

¿Tendría que separame de ella

por quien solo respiro y vivo?

La emoción le corta las palabras.

¡Afronté el rostro de la muerte

y lo miré con una sonrisa!

¡Pero siento que mi corazón se destroza

y no soporto ese pensamiento!

¡Ay! ¡Qué débil hace el amor

el alma del guerrero!

OTUMBO.— ¡Huye, ah! Huye, y a la ingrata,

Inca, olvida;

esa desventurada

ya no es digna de tanto afecto.

ZAMORO.— ¡Cruel sospecha!

¿Es posible?...

OTUMBO.— Alzira...

ZAMORO.— ¿Y bien? ¡Termina!

OTUMBO.— ¡Te traiciona!

ZAMORO.— ¡No! ¡Mientes!

OTUMBO.— ¿Ves allí a lo lejos

las antorchas que hacen brillar la ciudad?

ZAMORO.— Sí.

OTUMBO.— Se festeja la unión

de Alzira y Gusmano.

ZAMORO.— Lanza un grito salvaje y se lleva las manos furiosamente a los cabellos, mientras que un temblor convulsivo se apropia de toda su persona. ¡Calla!...

¿Ella con otro?

AMERICANOS (CORO).— ¡Oh cielo!

OTUMBO.— ¡Zamoro!

AMERICANOS (CORO).— ¡Tu furor te matará!

ZAMORO.— Con el llanto de un corazón destrozado. ¡Oh! ¿Por qué no muero?

OTUMBO, AMERICANOS (CORO).— Escucha... cálmate, señor...

ZAMORO.— En el colmo de la indignación. ¡No es esta la hora

de lágrimas cobardes!

¡Iré al rito que se apresta

aunque no como invitado!

Si el cielo ya no tiene el rayo

aún queda mi brazo.

¡Impía,

seré para ti el dios de la venganza!

OTUMBO, AMERICANOS (CORO).— Sujetándolo. ¡Ah! ¿Qué maligno genio

turbó tu razón?

¡Vas a tu propia muerte!

ZAMORO.— En tono imperioso. ¡Dejadme!

¡Venganza o muerte es lo que quiero!

Sale precipitadamente.

Escena séptima

Lima. Vasta sala en la residencia del gobernador; en el fondo, una logia permite la ver la ciudad iluminada; en el centro hay una tribuna a la que se sube por tres o cuatro escalones. La presencia de milicianos españoles es numerosa; los duques ocupan la tribuna; a un lado, las doncellas de Alzira entonan graciosas armonías.

DONCELLAS (CORO).— Enjuga tu llanto, América,

seca tus entristecidos ojos.

Tu más hermosa hija

espera el excelso tálamo.

Uniones tan felices

traen la paz para dos mundos,

así serán amigos

vencido y vencedor.

¡Surge y goza, América,

de tu nuevo esplendor!

Escena octava

Gusmano, Alzira, Alvaro, Ataliba, Ovando, Zuma y dichos.

GUSMANO.— ¡Valientes hijos de Iberia,

por cuyo valor son victorias las batallas,

esta es la esposa de Gusmano

y conmigo vendrá al templo,

pero antes de la unión

sed testigos

como en breve lo será el cielo!

¡Fausta unión,

donde mi alma avezada de triunfos

toda de gozo se embriaga!

ALZIRA.— Para sí. ¡Mi corazón está destrozado!

GUSMANO.— ¡Dulce es la trompeta que anuncia la victoria,

te inflama, te exalta un himno de gloria:

pero frente al altar, a los hombres y a Dios,

conducir a la mujer que enciende tu corazón,

y decir, esta mujer, este ángel es mío,

y más que mil triunfos un gozo mayor!

¡Cúmplase el rito!

ALZIRA.— Para sí. Ábrete, oh tierra,

en esta hora tan tremenda.

GUSMANO.— Dame tu mano...

Gusmano extiende su diestra a Alzira, y a punto está de tomar la de ella, cuando un soldado se abalanza sobre él y le clava un puñal en el pecho.

Escena última

Zamoro y dichos.

ZAMORO.— Esta es la mano a ti debida.

ZUMA, DONCELLAS, SOLDADOS (CORO).— ¡Ah! ¡Pérfido!...

Reconociéndolo.

¡Zamoro!

ALZIRA.— ¡Cielos!

ZAMORO.— Un centenar de espadas amenazan a Zamoro. Soy yo.

¡Matadme!

Regocíjate infiel,

y bebe mi sangre;

y tú, Gusmano,

aprende de mí a morir.

GUSMANO.— A quien sostienen Ovando y otros duques. Otras virtudes, demente,

quiero enseñarte... a... ti...

tus dioses te aconsejaron...

esta atroz venganza, este horrible crimen.

Oigo la voz de mi dios,

que impone... perdonar.

Señalando a Alzira.

Ese fiel corazón... tan solo para salvarte

se me entregaba... y pareció culpable...

Pone a Alzira en los brazos de Zamoro.

Vivid juntos días de amor...

y bendecid a quien perdonó.

ALZIRA, ZAMORO.— ¡Estoy atónita / atónito!

¡Extasiada / extasiado!

¡Es demasiado para un hombre!

ZUMA, OVANDO, ÁLVARO, ATALIBA, CORO.— ¡Sublime virtud!

¡Celestial encanto!

¡Perdona a quien lo apuñaló!

ALZIRA, ZAMORO.— Por tu decir, por tu perdón,

adoro al numen que te inspiró.

ZUMA, OVANDO, ÁLVARO, ATALIBA, CORO.— Es el corazón que derrama este tierno llanto

que más y más humedece mis ojos.

ÁLVARO.— Con toda la efusión del dolor paterno. ¡Oh, mi Gusmano!

¡Oh, hijo mío!

ALGUNOS DUQUES.— Ven, vamos a otra parte...

ÁLVARO.— Crueles, no...

GUSMANO.— Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, da algunos pasos hacia su padre. ¡Padre!

ÁLVARO.— ¡Aquí, sobre mi pecho!

GUSMANO.— ¡El último adiós!

Toma la diestra de su padre y la apoya sobre su cabeza para recibir su bendición.

Aquí... tu... diestra...

Muere.

ÁLVARO.— ¡Hijo!

TODOS.— ¡Murió!

FIN

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Nota. Las ediciones de esta traducción de Nahuel Cerrutti, del libreto de, Alzira, ópera de Giuseppe Verdi y Salvatore Cammarano, son:

1. Violín de Carol Ediciones, Colección Las máscaras de la ficción · 7, Madrid, 2006. (Edición bilingüe: italiano - español).

2. nahuelcerrutti.com / Ópera, 2025. (Edición en español).