Giuseppe Verdi – Salvatore Cammarano · Alzira. Traducción: Nahuel Cerrutti.
ÓPERA EN UN PRÓLOGO Y DOS ACTOS
La escena se desarrolla en Lima y otros lugares de Perú, hacia mediados del siglo XVI.
PERSONAJES
ÁLVARO · Padre de Gusmano, gobernador de Perú · Bajo
GUSMANO · Gobernador de Perú · Barítono
OVANDO · Duque español · Tenor
ZAMORO · Cacique de tribu peruana · Tenor
ALZIRA · Hija de Ataliba · Soprano
ZUMA · Hermana de Alzira · Mezzosoprano
OTUMBO · Guerrero americano · Tenor
Oficiales y soldados españoles; indios americanos de ambos sexos · Coro
PRÓLOGO
EL PRISIONERO
Vasta llanura bañada por el Rímac; el oriente está cargado de majestuosas nubes, purpuradas por los rayos del sol naciente. Otumbo, a la cabeza de una tribu de americanos, arrastra a Álvaro encadenado; algunos lo atan a un tronco.
OTUMBO, INDIOS (CORO), con acento feroz.— ¡Muera,
muera cubierto de insultos,
que el martirio sea cruel pero lento,
y le arranque cobardes sollozos
el tormento de mil tormentos!
¡Oh, hermanos, que caísteis luchando,
surgid de las tumbas ululando!
¡Entonemos juntos el himno del triunfo
mientras él exhala su último respiro!
ÁLVARO.— Que el dios a quien invoco
ya próximo a morir los perdone.
OTUMBO, INDIOS (CORO).— ¡Muera!
Los americanos se abalanzan sobre el prisionero lanzando gritos de frenético gozo, portan dardos, lanzas y tizones ardiendo. Por el río aparece una canoa.
OTUMBO.— ¿Quién viene?
Un americano desciende de la canoa.
INDIOS (CORO), reconociendo a Zamoro.— ¡Ah!
OTUMBO, grito de gozo y maravilla.— ¡Tú!
INDIOS (CORO), arrojándose, con Otumbo, a sus pies.— ¡Es verdad!
ZAMORO, acercándose.— ¡Levantaos!
¡Un prisionero!
Mira fijamente a Álvaro y parece conmovido por su venerable canicie.
No quiero a mi retorno
el gozo mezclado con la sangre:
¡Dejádmelo!
OTUMBO, INDIOS (CORO).— Es tuyo.
ZAMORO, desata a Álvaro.— Vive.
ÁLVARO, maravillado.— ¡Cielos!
ZAMORO.— Regresa con los tuyos, anciano,
y a aquéllos que nos llaman salvajes
cuéntales quién fue que te donó la vida.
ÁLVARO, abrazando a Zamoro con la efusión propia de un alma agradecida.— Mi llanto te dice
lo que no puede mi acento.
A una señal de Zamoro, Álvaro parte escoltado por algunos de la tribu.
OTUMBO.— ¡Ah! ¿Qué Dios cuidó tus días, Zamoro?
¡Aquí te creíamos muerto, y te lloramos!
ZAMORO.— Tal parecí entonces a los enemigos
por el tormento al que me sometió
el impío Gusmano...
¡Ay! Siento que ante ese nombre
mi sangre hierve y se eriza mi pelo!
¡A un inca... qué horrible exceso!
¡A una señal suya
fui entregado a las manos de reos torturadores!
¡Y los bárbaros somos nosotros!
Me pareció, en aquel feroz suplicio,
que la luz me era negada,
pero en mi pecho quedaba un soplo,
un hálito de vida.
¡Sí, todavía vivo, o pérfido,
debes temer mi furor!
Alzira, abre otra vez tus brazos,
estoy vivo todavía.
OTUMBO.— La mísera está en Lima
con su padre prisionera.
ZAMORO.— ¡Eso anhelo, o cielo!
Quitarte del yugo ibérico,
esposa, en ello confío.
OTUMBO, INDIOS (CORO).— Cuéntanos...
ZAMORO.— Escuchad.
Resurgido de entre las tinieblas,
me arrastré por largos senderos solitarios,
hasta donde los rayos del sol
llueven menos férvidos,
y por mí supo su gente
los ultrajes hispánicos.
OTUMBO, INDIOS (CORO).— ¿Y entonces?...
ZAMORO.— Surgieron armadas
mil tribus guerreras...
que pronto llegarán
a juntar sus filas.
A cientos y cientos
vengaremos en un solo día.
OTUMBO, INDIOS (CORO).— ¡Oh, qué gozo!...
¿Es que acaso ha llegado el gran momento?
ZAMORO.— ¡Ah! Sí.
Se abrazan con los ojos centelleantes de salvaje exultación e irrumpen cual una sola voz.
TODOS.— ¡Dios de la guerra,
libera tu furor
e infúndelo en nuestros pechos!
¡Tiemblen esos crueles opresores,
monstruos ávidos de oro y de sangre!
¡Todos morirán de horrenda muerte;
ni rogo, ni tumba, ni uno solo la tendrá!
¡El odio, que atroz nuestro corazón enciende,
se nutrirá de sus cadáveres!
Se ponen en marcha, tumultuosos, agitando al viento vivamente sus dardos, clavas y lanzas.
ACTO PRIMERO
VIDA POR VIDA
Escena primera
Plaza de Lima. Al sonido ameno de instrumentos bélicos se agrupan las milicias españolas; los oficiales
forman un corro.
ALGUNOS SOLDADOS (CORO I).— Llega ahora mismo,
desde tierras hispanas, un mensaje del soberano.
OTROS SOLDADOS (CORO II).— ¡Del soberano!
(CORO I).— Es verdad.
(CORO II).— ¿Es qué acaso nos llama a las armas?
SOLDADOS (CORO · Todos).— Si es ese su anhelo
al amanecer veremos ondear
las insignias de Iberia;
volaremos a conquistar
nuevos laureles y nuevos reinos.
Escena segunda
Entran Álvaro, Gusmano, Ataliba y otros oficiales.
ÁLVARO.— ¡Una alta causa nos congrega, o fuertes!
Dada mi avanzada edad,
dejo el control de esta amplia región.
El rey la entrega en custodia a más gallarda mano:
Presenta a Gusmano a la tropa.
¡Es mi hijo quien me sucede!
SOLDADOS (CORO).— ¡Viva Gusmano!
GUSMANO.— Como primer acto en mi nuevo cargo,
fírmese la paz entre el inca y nosotros.
Él se inclina ante el monarca ibérico
y el venerado imperio.
ATALIBA, levanta su diestra en acto de grave juramento.— Y mi fe a él se obliga.
GUSMANO.— ¡Ábranse por tanto para ellos
las puertas de la ciudad!
¡Una dulce prenda prometiste
para asegurar la paz!
ATALIBA.— ¿Alzira? ¡Es verdad!...
Pero dudo que este momento sea propicio para el himeneo,
ella guarda en su interior una fatal mesticia...
GUSMANO.— ¡Lo entiendo!
¡La eterna memoria
de un loco amor la llena!
¡Desde el reino de las tinieblas
una sombra me la contiende!
Ahora muerto temo la fuerza
de a quien vivo debelé.
¡Vencí en mil batallas
pero no puedo vencer a un corazón!
ÁLVARO.— ¡Persiste y vencerás!
Amor produce amor.
ATALIBA.— Deberías conceder un tiempo
a su martirio.
GUSMANO.— El ardor que siento
no tolera tiempo alguno.
Señor, doblégala a mis deseos.
Eres padre, fuiste rey,
impone, exhorta, ruega...
ATALIBA.— Lo haré... confía en mí. Sale.
GUSMANO.— El cielo, benigno, me ofreció
cuanto un mortal puede pedir,
me cubrió de gloria,
puso un mundo a mis pies.
Mas no se satisface el alma
que por otro bien suspira.
¡Ah, sin el corazón de Alzira
el mundo es poco para mí!
ÁLVARO, SOLDADOS (CORO).— La deseada Alzira
su amor te conceda. Salen.
Escena tercera
Habitación destinada a Ataliba en el palacio del gobernador. Zuma avanza silenciosamente, seguida por otras doncellas americanas; levanta una cortina detrás de la cual se ve a Alzira yacente.
ZUMA.— Reposa. En su dolor pasó despierta
todas las horas de la noche;
por fin el amanecer trajo un leve sopor
sobre sus ojos cansados del llanto.
DONCELLAS.— Ojalá que un Dios le muestre
las más gratas imágenes;
o al menos que el sueño le infunda paz
a esta alma oprimida
ALZIRA, soñando.— ¡Zamoro!...
ZUMA.— ¡Siempre, despierta o dormida, ese nombre!
ALZIRA, despertándose, recorre el escenario como si buscara
a alguien.— ¿Dónde está?... Desapareció... ¡Fue un sueño!
ZUMA.— ¡Alzira!...
¡Oh, cómo late tu corazón!
ALZIRA.— Intentaba liberarse de mi pecho
y volar hacia su bien,
lejos de este aire tan vital como aborrecido...
ZUMA.— Cálmate.
ALZIRA.— Él se me apareció.
ZUMA, DONCELLAS.— ¿Él?
ALZIRA.— Sí... escuchad.
De Gusmano, de su frágil barca,
yo huía, en el seno de las olas...
cuando surgió, terrible, la lluvia
para devastar cielo y mar.
Cargada de terror y angustia
pedí socorro en vano...
su presa, el océano
se aprestaba a engullir,
cuando en el seno de una sombra errante
fui llevada hacia las nubes.
¡En esa sombra, o beata de mí,
entreví mi tesoro!
¡El universo, en ese instante,
se me ocurrió vestido de amor...
y el rugido del torbellino
me pareció su voz!
ZUMA, DONCELLAS.— Cada una de nuestras almas,
tus fieles, de alta piedad, se llenan...
sin embargo, si los sueños nutren
tu pensamiento, ¿de qué vale?
Olvida ese amor infausto
a quien tanta guerra hace el cielo.
ALZIRA.— ¡Olvidarlo!
ZUMA, DONCELLAS.— Es forzoso hacerlo, oh, mísera:
Zamoro murió.
ALZIRA.— En la tierra.
Él vive en un lugar
más placentero, y me ama todavía.
En el astro que más fúlgido
en el cielo nocturno resplandece
está Zamoro,
inmortal chispa que palpita.
Convertida en luz,
me sea concedido ascender,
unirme a él y vivir
la vida en eterno amor.
ZUMA, DONCELLAS, para sí.— ¡El destino
fue demasiado bárbaro con un amor tan fiel!
Escena cuarta
Entra Ataliba.
ATALIBA.— ¡Hija!...
ALZIRA, va a su encuentro, con la cabeza gacha y casi en acto de postrarse.— ¡Padre!...
A una señal de Ataliba, Zuma y las doncellas se retiran.
ATALIBA.— Ahora es necesario cumplir mi promesa:
debes conceder tu mano.
ALZIRA.— ¿A Gusmano?
¿Podría?...
¿Olvidó acaso tu memoria los sangrientos eventos?
Álvaro te quitó el trono con las armas,
mas no osó truncar tus días,
pero entretanto a Zamoro,
a quien tú mismo habías jurado unirme,
Gusmano le quitó el reino y la vida.
ATALIBA.— Deploramos su pérdida.
Pero ahora piensa en estos pueblos oprimidos,
privados de reyes y númenes;
a ellos les queda todavía una última esperanza;
el vivo amor que nutre por ti Gusmano...
ALZIRA.— ¡Amor!
¿Cómo puede tener lugar tan dulce afecto
en un corazón tan tirano?
ATALIBA.— Es oportuno que de sus labios
oigas cuánto te adora...
Alzira parece querer hablar.
El himeneo cambiará
la suerte adversa.
ALZIRA, en tono decidido.— No.
ATALIBA.— Cuando el padre impone
la hija obedece.
Sale.
ALZIRA.— ¡Oh!... ¡Antes la muerte!...
Escena quinta
Zuma y dicha.
ZUMA.— Uno de los hombres
que vigila las puertas,
anuncia que uno de los nuestros
implora entrar para arrodillarse a tus pies.
ALZIRA.— Que entre.
Zuma sale.
¿Quién será?
¿Qué motivo lo trae?
Escena sexta
Zamoro y dicha.
ZAMORO.— ¡Alma mía!...
ALZIRA, retrocediendo, y con un grito agudísimo.— ¡Ah! ¡Su fantasma!...
ZAMORO.— No, cálmate...
Respiro el aire de los días...
ALZIRA.— ¿Qué?... ¿No deliro? ¡Vives!...
ZAMORO.— Vivo para ti.
ALZIRA.— ¡Es verdad!
ZAMORO.— Mentira es lo que se cuenta.
ALZIRA.— ¡Oh, qué felicidad!
ZAMORO.— ¡Alzira mía!
ALZIRA.— ¡Zamoro!
ALZIRA, ZAMORO.— No lo resisto... muero...
¡Muero de placer!
ALZIRA.— ¿Qué prodigio te trajo hasta mí?
ZAMORO.— Me dejaron moribundo entre retortijones
creyendo que moriría...
¿Pero dime, es cierto que prometiste unirte
al aborrecido hispano?
ALZIRA.— ¿Podrías creerlo?
ZAMORO.— ¿Al malvado Gusmano?
ALZIRA.— ¡Ah! Háblame de tu amor solamente,
háblame de ti.
ZAMORO.— ¿Me amas todavía?
ALZIRA.— ¡Oh, tanto!
ZAMORO.— ¿Me juras?...
ALZIRA.— Eterna fidelidad.
ALZIRA, ZAMORO.— ¡Resurge en tus ojos
la luz de mis días!
¡En ti reencuentro
cuanto perdí hasta ahora!
¡Cayó el falaz imperio
de nuestros nada fiables númenes,
pero en ti tengo todavía
un numen fiable y verdadero!
Escena séptima
Entran Ataliba, Zuma y las doncellas; y Gusmano con oficiales y soldados españoles. Gusmano se percata del abrazo de Alzira y Zamoro.
GUSMANO.— ¡Qué osadía!... ¡Basta!
ALZIRA.— ¡Gusmano!
ATALIBA.— ¡No lo creo!
GUSMANO, adelantándose.— ¿Quién es el indigno?
¡Quiero verlo con mis propios ojos!
¡Zamoro!
ZUMA, DONCELLAS, SOLDADOS (CORO).— ¡Zamoro!
ZAMORO.— Sí, el mismo a quien robaste
todo bien sobre la tierra,
excepto el corazón de Alzira
que siempre fue mío
y siempre lo será.
GUSMANO.— ¡La ira me devora!
¡Soldados, al audaz os confío!
ALZIRA.— ¿Qué?
ATALIBA.— ¿Osas violar la paz?
GUSMANO.— Él ciertamente vino
a cumplir malvados designios.
Es un traidor.
ZAMORO.— Vine para llevarme a Alzira;
nuestro himeneo nos fue prometido.
ALZIRA.— Es verdad.
ZAMORO.— Su mano me es debida.
GUSMANO.— Lo que a ti se te debe es la segur.
ATALIBA.— ¡Señor!
GUSMANO.— ¡Arrastradlo para su ejecución!
ATALIBA, ZUMA.— ¡Oh, cielo!...
ALZIRA, interponiéndose entre Zamoro y los soldados.— ¡Detenéos!
ZAMORO.— Quise combatir contigo
pero a la pelea te llamé en vano,
ante ti me llevaron prisionero, Gusmano;
hablaste entonces de cadenas y patíbulos
y ahora hablas de segures y ejecuciones:
¿Y tú eres un guerrero?
¡Un verdugo, eso es lo que eres!
GUSMANO, a los soldados que se aprestan a llevarse a Zamoro.— ¿Habéis oído la orden?
¡Cumplidla!
ALZIRA.— ¡Oh cielo, ayuda!
Escena octava
Álvaro y dichos.
ÁLVARO, entrando.— ¿Qué pasa?
ALZIRA.— Zamoro está vivo
y el bárbaro lo quiere muerto.
ÁLVARO.— ¡Qué veo! ¡Es él,
el magnánimo a quien debo la vida!
ZUMA, GUSMANO, DONCELLAS, SOLDADOS (CORO).— ¿Será verdad?
ALZIRA, a Álvaro.— Implora piedad...
ÁLVARO.— Concédele el indulto.
GUSMANO.— ¡Ah! No...
ÁLVARO.— El indulto.
GUSMANO.— Su destino es la muerte,
ya de ella no puede sustraerse.
ÁLVARO, arrodillándose a los pies de Gusmano.— En la tierra, arrodillado,
he aquí al padre frente al hijo...
Él me quitó
de la cruel garra de la muerte...
¿Y tú quieres su suplicio?
¿Cómo puedes ser tan feroz e impío?
No, Gusmano, si apenas una gota
de mi sangre queda en ti.
GUSMANO.— A esta alma llena de ira
mal le hablas de clemencia,
quien me quita el corazón de Alzira
no tiene derecho a la existencia.
¡Ah! Por ti daría
mi sangre y mis días.
¡Pero la gracia que pides
es para mí peor que la muerte!
ALZIRA.— ¡La felicidad para nosotros
fue un breve sueño engañoso!
¡Pero sobre tus amaneceres
descendió un nimbo tenebroso!
Mas este cruel no puede tanto
como para arrancarme de tu lado:
tu destino es mi destino,
vida y muerte junto a ti.
ZAMORO.— ¡Vive, Alzira, pero fiel
al primer amor prometido!
Reserva en tu pecho
odio y desprecio eternos hacia el cruel;
Te confío la venganza
por el suplicio que él me prepara.
ZUMA, ATALIBA, DONCELLAS (CORO).— ¡Ay! cansada de la suerte
la ira todavía no es injusta.
GUERREROS (CORO).— Él, que un día escapó a su muerte,
ahora no podrá evitarla.
Se escucha un murmullo lejano que poco a poco va creciendo.
GUSMANO.— ¿Qué es lo que se oye?
Escena novena
Ovando y dichos. Ovando llega corriendo.
GUSMANO.— ¿Qué pasa?
OVANDO.— Numeroso, el enemigo cruzó el Rima.
Esos locos, impetuosos,
se dirigen rápidamente hacia Lima;
y en medio del fragor tumultuoso
de sus armas,
un grito amenazador
nos exige Zamoro.
ÁLVARO.— ¡Hijo!
ALZIRA.— ¡Gusmano!
ZAMORO.— ¡Moriré, pero seré vengado!
ÁLVARO.— ¿Qué piensas?
GUSMANO.— El evento hace del perdón propicio destino.
Padre, venciste: Vida por vida.
ÁLVARO, ATALIBA, ZAMORO, (CORO).— ¡Cielos!
ALZIRA.— ¿Es verdad?
GUSMANO.— A los guardias. Dejadlo en libertad.
Corre a abrazar a su padre. ¡Soy tu hijo!
A Zamoro. Vete al campo...
¡Allí nos veremos!
ZAMORO.— ¡Oh, qué felicidad!
GUSMANO.— Será breve el instante que durará tu vida.
Tiembla, tiembla... me cobraré con las armas
lo que te di, rival aborrecido...
¡Tu cabeza, que escapó a la segur,
no escapará a mi espada!
ZAMORO.— ¡Ah! Soberbio, ya me parece
verte morder el polvo destrozado.
De tu cabeza manchada de sangre
esta mano arrancará la cabellera.
ALZIRA.— Yo te sigo, quiero ser tu escudo
contra el furor del impío enemigo...
No habrá espada que alcance tu corazón
sin que antes el mío haya sido despedazado.
OVANDO, SOLDADOS (CORO).— ¡Enfrentémonos a estos locos
con la fuerza tremenda de las armas;
dentro de poco todo el campo será
un montón de cadáveres enemigos!
ÁLVARO, ATALIBA, ZUMA, DONCELLAS (CORO).— ¡Ah! ¡El genio funesto de las armas
ha despertado su tremendo fuego;
dentro de poco otra sangre
cubrirá esta tierra inocente!
Gusmano y los demás soldados blanden ferozmente las espadas y salen por el lado opuesto al que lo hace Zamoro. Ataliba y las mujeres impiden a Alzira seguir a Zamoro.
ACTO SEGUNDO
LA VENGANZA DE UN SALVAJE
Escena primera
Interior de la fortificación de Lima. Aquí y allí se ven grupos de soldados españoles bebiendo alegremente; también algunos prisioneros americanos, entre los cuales está Zamoro, que cruzan el escenario cargados de cadenas y rodeados de soldados que los custodian.
SOLDADOS (CORO).— Brindando. ¡Brindemos, brindemos! ¡Victoria, victoria!
¡Por el Soberano! ¡Por España! ¡Por la gloria!
A la lucha, al estrago y al furor
sucede la felicidad del triunfo.
¡Bebamos, bebamos! ¡Es debida merced
un vino ibérico para el ibérico valor!
Escena segunda
Gusmano y dichos, después Ovando.
GUSMANO.— Guerreros, con el nuevo día, repartid
entre vosotros el abundante botín enemigo.
SOLDADOS (CORO).— ¡Al valiente Gusmano, gratitud y aplausos!
OVANDO.— De la reunión de los jefes militares,
esta que os traigo es la sentencia:
solo falta tu nombre.
GUSMANO.— Leyendo. «Se condena por rebelde a Zamoro:
al amanecer será ajusticiado».
Se acerca a una mesa a fin de firmar la condena.
Escena tercera
Alzira y dichos.
ALZIRA.— Entra precipitadamente. ¡Ah! ¡No... clemencia, Gusmano!
GUSMANO.— ¿Para quién?
ALZIRA.— Para mí. Si él muere, yo muero.
A una señal de Gusmano, Ovando y los demás se retiran.
GUSMANO.— ¡Tú puedes cambiar el destino de Zamoro,
pero solo a un precio!
ALZIRA.— ¡Ah! ¡Pide mi sangre!
GUSMANO.— No, tu mano.
ALZIRA.— ¿Qué?
GUSMANO.— Sígueme al ara, y cumplido el himeneo, juro que sano y salvo él será alejado de este reino.
ALZIRA.— ¡Cielos! ¿Tendré que faltar a mi promesa?
GUSMANO.— Debes, o él morirá.
ALZIRA.— ¡Fatal y horrible elección!
GUSMANO.— Elige.
ALZIRA.— Estallando en lágrimas, se arroja desesperadamente a los pies de Gusmano. El llanto... la angustia... me privan del aliento... lo ves... estoy más muerta que viva...
Si me constriñes a ser perjura e infiel,
moriré, cruel, moriré a tus pies.
GUSMANO.— Ese dolor, ese llanto, me llegan al corazón,
mas en mí solo despiertan un celoso furor.
Firmo el decreto si dudas un momento.
Zamoro morirá, tú lo habrás matado.
Se inclina dispuesto a firmar la sentencia.
¡Qué muera!
ALZIRA.— ¡Cruel, detente!
¡Qué... viva!
GUSMANO.— ¡Viva!
Alzira... ¿Entonces eres mía?
¡Respóndeme!
ALZIRA.— Dejándose caer sobre una silla. Que él viva.
Escena cuarta
Ovando y dichos.
GUSMANO.— ¡Ya estás aquí!...
No hablemos más de la pira
y sí del ara y del tálamo.
Esta es mi esposa.
OVANDO.— ¡Tu esposa!
GUSMANO.— ¡Que el casamentero apreste el rito solemne,
y que la ciudad resplandezca
iluminada por innumerables antorchas!
OVANDO.— Corro.
GUSMANO.— Anuncia el evento.
ALZIRA.— ¡Cielos!
OVANDO.— Te obedezco.
Ovando parte.
GUSMANO.— En el colmo de la felicidad. ¡Ve! ¡Ah!
Mi alma está colmada de felicidad,
más no pido, ni anhelo.
¡No hay entre los hombres
quien te ame como yo te amo!
¡El amor que me domina
arde con eterna llama!
Es tal mi amor
que ningún bárbaro podría entenderlo.
ALZIRA.— ¡Hasta donde me ha arrastrado, ay, mísera,
el cruel y tremendo destino!
¡Este amor tan grande
a ser infiel me condena!
¡Oh muerte, solo de ti
me queda la esperanza!
¡A los pies del ara
no iré como esposa sino como víctima!
Salen.
Escena quinta
Horrible caverna, apenas iluminada por un rayo de luna que se cuela a través de un foramen. Durante un momento la escena queda vacía. Después, Otumbo entra con suma cautela y hace sonar un escudo áureo que está colgado; entonces un grupo de derrotados americanos sale de la parte más oscura y achatada de la espelunca.
OTUMBO.— ¡Amigos!
AMERICANOS (CORO).— ¿Y bien?
OTUMBO.— La suerte se alió conmigo,
y el oro, para nosotros causa de tantos males,
por una vez nos ha salvado:
Compré a los guardias de Zamoro
y al anochecer el inca habrá huído
vestido de español.
AMERICANOS (CORO).— ¡Oh, qué felicidad!
OTUMBO.— Es probable que llegue en breve.
AMERICANOS (CORO).— ¡Alguien se acerca!
OTUMBO.— Dirigiéndose hacia la boca del antro. ¡Es él!
Escena sexta
Zamoro y dichos. Zamoro porta la vestimenta de un soldado español. A su llegada todos se postran; él les indica que se levanten, y después pasea lentamente la mirada a su alrededor, llena de tristeza; por último, mira su vestimenta, avergonzado.
ZAMORO.— Miserables restos de perdida grandeza.
¿Qué es lo que nos queda?
OTUMBO.— Tu salvación.
En ti todavía revive alguna esperanza.
AMERICANOS (CORO).— Ven, y guarda para tiempos mejores
la llama generosa de la ira, y el antiguo valor.
ZAMORO.— Emocionado. ¿Tendría que alejarme
cual fugitivo cargado de vergüenza?
¿Tendría que separame de ella
por quien solo respiro y vivo?
La emoción le corta las palabras.
¡Afronté el rostro de la muerte
y lo miré con una sonrisa!
¡Pero siento que mi corazón se destroza
y no soporto ese pensamiento!
¡Ay! ¡Qué débil hace el amor
el alma del guerrero!
OTUMBO.— ¡Huye, ah! Huye, y a la ingrata,
Inca, olvida;
esa desventurada
ya no es digna de tanto afecto.
ZAMORO.— ¡Cruel sospecha!
¿Es posible?...
OTUMBO.— Alzira...
ZAMORO.— ¿Y bien? ¡Termina!
OTUMBO.— ¡Te traiciona!
ZAMORO.— ¡No! ¡Mientes!
OTUMBO.— ¿Ves allí a lo lejos
las antorchas que hacen brillar la ciudad?
ZAMORO.— Sí.
OTUMBO.— Se festeja la unión
de Alzira y Gusmano.
ZAMORO.— Lanza un grito salvaje y se lleva las manos furiosamente a los cabellos, mientras que un temblor convulsivo se apropia de toda su persona. ¡Calla!...
¿Ella con otro?
AMERICANOS (CORO).— ¡Oh cielo!
OTUMBO.— ¡Zamoro!
AMERICANOS (CORO).— ¡Tu furor te matará!
ZAMORO.— Con el llanto de un corazón destrozado. ¡Oh! ¿Por qué no muero?
OTUMBO, AMERICANOS (CORO).— Escucha... cálmate, señor...
ZAMORO.— En el colmo de la indignación. ¡No es esta la hora
de lágrimas cobardes!
¡Iré al rito que se apresta
aunque no como invitado!
Si el cielo ya no tiene el rayo
aún queda mi brazo.
¡Impía,
seré para ti el dios de la venganza!
OTUMBO, AMERICANOS (CORO).— Sujetándolo. ¡Ah! ¿Qué maligno genio
turbó tu razón?
¡Vas a tu propia muerte!
ZAMORO.— En tono imperioso. ¡Dejadme!
¡Venganza o muerte es lo que quiero!
Sale precipitadamente.
Escena séptima
Lima. Vasta sala en la residencia del gobernador; en el fondo, una logia permite la ver la ciudad iluminada; en el centro hay una tribuna a la que se sube por tres o cuatro escalones. La presencia de milicianos españoles es numerosa; los duques ocupan la tribuna; a un lado, las doncellas de Alzira entonan graciosas armonías.
DONCELLAS (CORO).— Enjuga tu llanto, América,
seca tus entristecidos ojos.
Tu más hermosa hija
espera el excelso tálamo.
Uniones tan felices
traen la paz para dos mundos,
así serán amigos
vencido y vencedor.
¡Surge y goza, América,
de tu nuevo esplendor!
Escena octava
Gusmano, Alzira, Alvaro, Ataliba, Ovando, Zuma y dichos.
GUSMANO.— ¡Valientes hijos de Iberia,
por cuyo valor son victorias las batallas,
esta es la esposa de Gusmano
y conmigo vendrá al templo,
pero antes de la unión
sed testigos
como en breve lo será el cielo!
¡Fausta unión,
donde mi alma avezada de triunfos
toda de gozo se embriaga!
ALZIRA.— Para sí. ¡Mi corazón está destrozado!
GUSMANO.— ¡Dulce es la trompeta que anuncia la victoria,
te inflama, te exalta un himno de gloria:
pero frente al altar, a los hombres y a Dios,
conducir a la mujer que enciende tu corazón,
y decir, esta mujer, este ángel es mío,
y más que mil triunfos un gozo mayor!
¡Cúmplase el rito!
ALZIRA.— Para sí. Ábrete, oh tierra,
en esta hora tan tremenda.
GUSMANO.— Dame tu mano...
Gusmano extiende su diestra a Alzira, y a punto está de tomar la de ella, cuando un soldado se abalanza sobre él y le clava un puñal en el pecho.
Escena última
Zamoro y dichos.
ZAMORO.— Esta es la mano a ti debida.
ZUMA, DONCELLAS, SOLDADOS (CORO).— ¡Ah! ¡Pérfido!...
Reconociéndolo.
¡Zamoro!
ALZIRA.— ¡Cielos!
ZAMORO.— Un centenar de espadas amenazan a Zamoro. Soy yo.
¡Matadme!
Regocíjate infiel,
y bebe mi sangre;
y tú, Gusmano,
aprende de mí a morir.
GUSMANO.— A quien sostienen Ovando y otros duques. Otras virtudes, demente,
quiero enseñarte... a... ti...
tus dioses te aconsejaron...
esta atroz venganza, este horrible crimen.
Oigo la voz de mi dios,
que impone... perdonar.
Señalando a Alzira.
Ese fiel corazón... tan solo para salvarte
se me entregaba... y pareció culpable...
Pone a Alzira en los brazos de Zamoro.
Vivid juntos días de amor...
y bendecid a quien perdonó.
ALZIRA, ZAMORO.— ¡Estoy atónita / atónito!
¡Extasiada / extasiado!
¡Es demasiado para un hombre!
ZUMA, OVANDO, ÁLVARO, ATALIBA, CORO.— ¡Sublime virtud!
¡Celestial encanto!
¡Perdona a quien lo apuñaló!
ALZIRA, ZAMORO.— Por tu decir, por tu perdón,
adoro al numen que te inspiró.
ZUMA, OVANDO, ÁLVARO, ATALIBA, CORO.— Es el corazón que derrama este tierno llanto
que más y más humedece mis ojos.
ÁLVARO.— Con toda la efusión del dolor paterno. ¡Oh, mi Gusmano!
¡Oh, hijo mío!
ALGUNOS DUQUES.— Ven, vamos a otra parte...
ÁLVARO.— Crueles, no...
GUSMANO.— Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, da algunos pasos hacia su padre. ¡Padre!
ÁLVARO.— ¡Aquí, sobre mi pecho!
GUSMANO.— ¡El último adiós!
Toma la diestra de su padre y la apoya sobre su cabeza para recibir su bendición.
Aquí... tu... diestra...
Muere.
ÁLVARO.— ¡Hijo!
TODOS.— ¡Murió!
FIN
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Nota. Las ediciones de esta traducción de Nahuel Cerrutti, del libreto de, Alzira, ópera de Giuseppe Verdi y Salvatore Cammarano, son:
1. Violín de Carol Ediciones, Colección Las máscaras de la ficción · 7, Madrid, 2006. (Edición bilingüe: italiano - español).
2. nahuelcerrutti.com / Ópera, 2025. (Edición en español).