Gioachino Rossini – Luigi Prividali · L'occasione fa il ladro / La ocasión hace al ladrón. Traducción: Nahuel Cerrutti
El libreto de Luigi Prividali (1771 – 1844) para la música de Gioachino Rossini (1792 – 1868), de la ópera en un acto, L’ocassione fa il ladro ossia Il cambio della valigia, se representó por primera vez en Venecia, Teatro San Moisè, el 24 de noviembre de 1812.
Personajes
Berenice, Soprano
Don Parmenione, Bufo
Conde Alberto, Tenor
Ernestina, Mezzosoprano
Martino, Bufo
Don Eusebio, Tenor
Mozos de la posada y sirvientes de don Eusebio.
La escena transcurre en Nápoles y sus alrededores.
ACTO ÚNICO
[SINFONÍA]
Sala de una posada de campo desde donde se accede a varias habitaciones numeradas. La noche es oscura y tempestuosa.
Escena Primera
Don Parmenione, que come y bebe en una mesa rústicamente preparada e iluminada por un candelero; Martino, que está sentado aparte, aprovecha las sobras a pesar del susto que le acarrean el fragor de los truenos y el resplandor de los relámpagos.
[INTRODUCCIÓN]
Parmenione—. Brama en el cielo el nimbo airado,
que estalle el trueno y silbe el viento
que aquí, plácido y contento
me quiero confortar.
¡Cuán dulce es el mar turbado
si desde la orilla se ha de contemplar!
(Trueno).
Martino—. (Se asusta).
¡Oh, malditos rayos!
Déjame comer.
Parmenione—. ¿Qué ha sido?
Martino—. Eh… nada, nada.
Parmenione—. Pero estás temblando.
Martino—. ¡Ah! No señor.
Parmenione—. Ten, y come alegremente.
Martino—. Muchas gracias…
(Trueno).
¡Ay de mí, qué horror!
(Deja caer el plato recibido del patrón y quiere huir).
Parmenione—. ¡Oye, alto ahí! ¡Ven!
Martino—. (Se detiene).
¿Qué ordena?
Parmenione—. ¿Dónde vas?
Martino—. No me detenga.
Parmenione—. Bestia, desecha tu temor.
Martino—. No puedo complacerlo.
Parmenione—. Estúpido, pero, ¿qué haces ahí de pie?
Siéntate a mi lado.
Aunque veas el cielo caer,
come, bebe y déjalo estar.
Martino—. Usted me hará morir, a fe,
esté yo sentado o de pié,
¿cómo puedo no temblar
si parece que el cielo se va a caer?
(Don Parmenione fuerza a su sirviente a sentarse cerca de él, lo hace callar y comer en la medida de lo posible, tranquilamente).
Escena Segunda
El conde Alberto, acompañado por un criado, quien después de haber tirado la valija del patrón al lado de la de don Parmenione, se adormece sobre un banco. Y dichos.
[RECITATIVO]
Alberto—. Tu rigor insano
digno destino suspende,
y al Dios del amor que me escolta
ofende.
Los elementos en vano
lanzas contra mí;
sobre ti, sobre los elementos
Amor triunfará.
(Trueno y relámpago).
Martino—. ¡Ay de mí, misericordia!
(Se cae con la silla).
Alberto—. ¿Quién está ahí?
Parmenione—. Nosotros.
Martino—. ¿Quiénes son?
Parmenione—. Aquí ve a un forastero
detenido por el tiempo.
Alberto—. Es la misma razón
que aquí también me trajo.
Martino—. ¡Y quién sabe cuándo el diablo
nos sacará de aquí!
Parmenione—. Entonces brindemos
con este vino perfecto.
Alberto—. Acepto su amigable invitación
y su urbanidad.
(De pie llenan los vasos mientras Martino, temeroso, permanece aparte observándolos).
Parmenione, Alberto—. ¡Viva Baco el dios del vino
viva el sexo femenino!,
que al placer a cada alma despierta,
que a los corazones hace gozar
y también en medio de la tempestad
los peligros sabe despreciar.
Martino—. ¡Qué terrible destino
estar cerca de estos locos!
Ya con la cabeza caliente
no saben qué han de hacer,
pero el rayo que ahora viene
con la fiesta va a terminar.
(Chocan los vasos y beben hasta vaciarlos, después se sientan).
[RECITATIVO]
Alberto—. ¡Es reconfortante encontrar para el viaje
un pasajero cortés!
Parmenione—. En tal caso el afortunado
soy yo.
Alberto—. Muy agradecido.
Si le agrada podemos
ir a Nápoles en compañía.
Parmenione—. Esa, señor, no es mi dirección.
Martino—. ¡Cómo!
Parmenione—. ¿Tú qué tienes que ver en esto?
Alberto—. Lo lamento,
porque en un lugar ignoto,
entre tanta oscuridad
puede fácilmente equivocar el camino
quien, como yo, viaja solo a caballo.
Parmenione—. El asunto que a Nápoles lo llama
debe ser de gran premura.
Alberto—. Un matrimonio.
Parmenione—. ¡Excelente!
Alberto—. Cierto.
Parmenione—. ¿Conoce a la esposa?
Alberto—. ¡Caramba! Estoy muy impaciente
por verla, y ya que me parece
que la tormenta está a punto de acabar,
con su permiso quisiera partir.
Parmenione—. Como le plazca.
Martino—. ¿Y nosotros?
Parmenione—. Calla.
Alberto—. Arriba, rápido,
recoge mi valija,
vamos, que tengo prisa.
Nuevamente agradecido, lo saludo.
Parmenione—. Muchas felicidades.
Alberto—. Muy agradecido.
(Alberto sacude a su sirviente, que no muy despierto todavía, agarra sin darse cuenta la valija del otro forastero confundiéndola con la de su patrón, y lentamente se aleja con él).
Escena Tercera
Parmenione, Martino—. ¿Y nosotros qué hacemos?
Parmenione—. Nos vamos.
Martino—. ¿A Nápoles?
Parmenione—. Obvio.
Martino—. ¿Pero por qué negar
que tenemos que ir,
si con el otro
podemos estar?
Parmenione—. Porque no quiero
hacer saber a cada cual mis asuntos;
porque no soporto
estar con quien pueda hacerme las cuentas.
Martino—. Será.
Parmenione—. Paguemos la cuenta
y nos vamos.
(Va a abrir la valija donde tiene el dinero).
Martino—. De maravilla.
Parmenione—. ¡Esto sí que está bueno!
(Se esfuerza inútilmente en abrir la valija).
Martino—. ¿Qué pasa?
Parmenione—. Por tu indolencia el forastero
cambió su valija por la mía.
Martino—. No creo que esto sea un mal para usted.
Parmenione—. ¿Qué dices?
Martino—. Pues, ya nos entendemos.
Parmenione—. Rápido, ve...
Martino—. ¿Adónde?
Parmenione—. Mis papeles... el dinero... el pasaporte... Corre...
Martino—. ¿Pero dónde?
Parmenione—. Corre a buscarlo.
Martino—. En su galope,
y en la oscuridad, ¿dónde encontrarlo?
Parmenione—. ¿Pero entretanto?...
Martino—. Entretanto hay que aprovechar
el favor de la suerte.
Parmenione—. ¿Y quieres?...
Martino—. Deje que sea yo
el investigador de tal descubrimiento.
Parmenione—. ¿Qué haces?
Martino—. ¿Qué hago?...
(Rompe el candado, quita la cadena y abre la valija).
Ya está abierta.
Parmenione—. ¡Oh, qué granuja!
Martino—. ¡Chito! Aquí hay una bolsa.
Parmenione—. ¡Déjalo!
Martino—. ¡Cuántas joyas!
¡Oh, oh, un retrato!
Parmenione—. Muéstralo.
Martino—. ¿Qué le parece?
Parmenione—. ¡Qué hermosura!
Martino—. ¡Quién diablos será!
Parmenione—. Esta es la esposa.
Martino—. ¡Qué bien!
Aquí hay un gran traje de gala.
Parmenione—. ¡Oh, qué hermosa y gentil fisonomía!
Martino—. ¡Qué ropa interior tan fina!
Parmenione—. Me encanta.
Martino—. Un pasaporte...
Parmenione—. ¡Un pasaporte!
(Lo agarra).
Martino—. Cierto, y muchos pagarés.
Se lo dije que no se arrepentiría.
Parmenione—. ¡Oh, qué gran golpe!
No puedo resistir más.
Martino—. ¿Entonces?...
Parmenione—. Hágase.
Martino—. ¡Cómo!
Parmenione—. Mete rápido adentro cada cosa.
Martino—. ¿Qué quiere?
Parmenione—. Para mí quiero la esposa.
[ARIA]
¡Qué suerte, qué accidente,
qué error afortunado!
Amor me quiere beato,
y yo agradezco a Amor.
¡Martino, alegremente,
vamos a hacernos el honor!
Martino—. ¿Pero cómo?
Parmenione—. ¡Qué tontorrón!
¿No puedes entender?
Martino—. ¿Qué cosa?
Parmenione—. Mira que bocado,
que carne deliciosa,
consolará mi corazón.
Martino—. Antes que un bastón
le tocará el favor.
Parmenione—. ¡Qué bestia, qué bufón,
qué innoble temor!
Para arrogarme un nombre falso
verdaderamente el paso es atrevido,
y puede ponerme en situación
de comer el pan arrepentido;
mas si el oro le devuelvo,
si renuncio a todos los efectos,
no ofendo el interés
ni perjudico el honor.
Y además, esta bella carita
hace disculpable todo error.
Martino—. ¿Y bien don Parmenione?
Parmenione—. Llámame conde Alberto.
Martino—. ¿Alberto, usted?
Parmenione—. Sí, cierto.
Este es el pasaporte
que me conduce a puerto,
este es el gran mensaje
que ha firmado Amor.
Martino—. Pero por favor...
Parmenione—. ¡Basta ya!
No oigo tus consejos,
no me importan los peligros:
este amor bribonzuelo
ha invadido mi cerebro,
y esta querida imagen
me pellizca, me aguijonea
y en mi pecho hace crecer
de la alegría el corazón.
¡Martino, alegremente,
vamos hacernos el honor!
(Martino repone todos los efectos en la maleta y llevándola consigo sigue al patrón, que lleno de entusiasmo lo precede).
Escena Cuarta
Gran atrio en la casa de la marquesa elegantemente ornamentado, con un amplio balcón de frente que lleva al jardín y con varias puertas laterales que introducen a otras tantas habitaciones. Don Eusebio, Ernestina, sirvientes.
[RECITATIVO]
Eusebio—. No lo permito.
Ernestina—. Mi deber...
Eusebio—. Perdón:
Conozco las reglas de urbanidad.
Ernestina—. Pero en esta casa hago de sirvienta.
Eusebio—. Tu caso exige
respeto y compasión, y mi sobrina
te tiene por compañera.
Ernestina—. Sé que para mí reserva mucha bondad,
pero en tales circunstancias...
Eusebio—. Es cierto, se trata
de un casamiento a lo grande,
y hoy al esposo
se acogerá espléndidamente.
Ernestina—. Entonces...
Eusebio—. Por esto
no debes rebajar tu grado;
sé que te agrada
manifestar hacia nosotros cierta atención,
el dirigir a otros queda a tu cargo.
Ernestina—. ¿Entonces, permitirá?...
Eusebio—. Es más, ustedes
sigan rápidamente todas sus indicaciones;
según ella diga, hagan o deshagan.
(Sale).
Ernestina—. Sin embargo no me puedo quejar
de mi destino, si en medio a mis tantas,
infinitas desgracias...
Basta, no quiero pensar; ustedes, síganme.
(Sale con los sirvientes).
Escena Quinta
Berenice, luego Ernestina.
[CAVATINA]
Berenice—. Se acerca el momento
en que esposa seré,
pero mi corazón contento
a lo que parece no veré.
La osadía acostumbrada
no encuentro más en mí,
me siento debilitada,
no doy más de sí.
Pero no quede mi razón
por el temor oprimida:
como árbitro de sí misma
mi alma despierte,
y ceda solo al pálpito
del amor correspondido.
[RECITATIVO]
Desposar a uno nunca visto
sin saber si es bello o feo
me parece una locura,
y si un cierto no sé qué en él no encuentro
que con mi modo de pensar combina...
¡Oh, justo a ti quería verte, querida Ernestina!
Ernestina—. Mande.
Berenice—. Para ti no tengo órdenes.
Ernestina—. Pero al menos...
Berenice—. Ya sabes que al hijo de un amigo
mi buen padre antes de morir
destinó mi mano.
Ernestina—. Lo oí decir.
Berenice—. ¿Y sabes que después de sus lejanos
viajes, este esposo para mí desconocido
llegará hoy aquí?
Ernestina—. También eso sé.
Berenice—. En la incertidumbre de que él me guste,
y yo pueda gustarle a él
mi dulce amiga,
te necesito.
Ernestina—. Dime.
Berenice—. Quiero
cambiar contigo de nombre.
Ernestina—. ¿De qué manera?
Berenice—. Siendo tú la esposa, y yo la sirvienta.
Ernestina—. ¿Qué dirá tu tío?
Berenice—. Con nosotros de acuerdo
secundará el proyecto.
Ernestina—. ¿Qué motivo te mueve?...
Berenice—. ¿Es qué no lo conoces todavía?
Quiero descubrir de quien se enamora.
Ernestina—. Piensas...
Berenice—. Ya he pensado.
Ernestina—. Un tal pretexto...
Berenice—. Tú piensa en complacerme,
yo pienso al resto.
Escena Sexta
Parmenione vestido de gala, y Martino.
Parmenione—. Aquí estoy ante el gran desafío.
Martino—. ¡Auxilio!
Parmenione—. ¿Qué haces?
Martino—. Tiemblo ante el aspecto
de la tempestad,
para nosotros inoportuna.
Parmenione—. Hay que arriesgar
si se quiere hacer fortuna.
Martino—. Pero si...
Parmenione—. Calla, obedece, y que cada uno
sea informado de mi llegada.
Martino—. Quien loco nació,
jamás se cura.
(Sale).
Parmenione—. Mi única duda está en saber
si soy el precedido o el precedente;
pero estos papeles
me evitarán todo inconveniente,
y dado que a todo estoy dispuesto a renunciar
menos que a la esposa,
no será mi propio fallo una gran cosa.
¿Quién viene?
Es ella... ¡Oh, qué portento!
Parmenione, tu primer regalo ve a entregarle.
Escena Séptima
Ernestina y Parmenione.
Ernestina—. (¡Alma, ten coraje!).
Parmenione—. Este gentil, gracioso objeto
que a ti por esposo el cielo destina,
todo fuego se avecina a su querida mitad.
Ernestina—. Yo me inclino con respeto
ante su urbanidad.
Parmenione—. (No se parece a su retrato).
Ernestina—. (Es raro pero gracioso).
Parmenione—. (¡Y no sirve! El golpe ya está dado).
Ernestina—. (Si por lo menos fuera mi esposo).
Ernestina, Parmenione—. (¿Pero no habla?…
¿Qué hace?).
Parmenione—. ¡Marquesita!
Ernestina—. ¡Mi condesito!
Parmenione—. Estoy aquí.
Ernestina—. Y yo también.
Parmenione—. ¿Me permites?...
Ernestina—. Vamos donde mi tío
que viéndote se maravillará.
Parmenione—. ¡Estoy contigo, y a ti me rindo
luminosa estrella mía,
como se rinde Polichinela a quien le da vida!
Ernestina—. (Más lo miro y más lo quiero,
con ese garbo, con ese brío).
Vamos rápido donde mi tío
que viéndote se maravillará.
(Salen).
Escena Octava
Berenice y Alberto salen de lados opuestos y se encuentran.
Alberto—. Si mi corazón no me engaña,
me dice su latido,
que esta belleza que me encuentro
será mi esposa.
Berenice—. No soy digna mi señor,
no soy digna de tanto honor;
otra será
la que de su ilustre mano gozará.
Alberto—. ¿Cómo?
Berenice—. Le he dicho la verdad.
Alberto—. Por tanto...
Berenice—. Está equivocado.
Alberto—. ¿Pero usted?
Berenice—. No cuento nada.
Alberto—. ¿Y mi esposa?
Berenice—. La verá.
Alberto—. Me parece un imposible.
Berenice—. Verdad parecerá.
Alberto—. ¡Oh, qué error desafortunado,
oh, qué pérdida penosa!
¿Por qué no será mi esposa
esta beldad maravillosa?
Berenice—. ¡Oh, qué amor tan generoso,
oh, qué feliz destino!
No habrá esposo más grato
al alma ardorosa.
Escena Novena
Don Eusebio y dichos, después don Parmenione y Ernestina.
Eusebio—. ¿Dónde está el esposo?
Berenice—. Aquí, precisamente.
Eusebio—. ¡Oh, por fin ha llegado!
Alberto—. Para servirlo.
Parmenione—. ¿Dónde está este tío?
Berenice—. ¿Ahí, no lo ves?
Parmenione—. Oh, por fin, permítame...
Eusebio—. ¿Quién es, señor?
Parmenione—. Don Alberto,
ahora su pariente.
Berenice—. ¿Tú, de verdad?
Parmenione—. Sí claro.
Alberto—. ¿Y yo?...
Parmenione—. No lo sé.
Yo soy el esposo.
Berenice, Ernestina, Eusebio—. ¡Qué extraña
sorpresa, qué caso inaudito!
¿Quién es el verdadero marido,
y quién el impostor?
Alberto, Parmenione—. Advierto al rival
que conozco el embrollo,
pero soy atrevido
ya que aquí el temor es vano.
Eusebio—. ¡Vamos, explíquense!
Alberto, Parmenione—. ¿Qué tengo que decir?
Berenice—. Justifíquense.
Ernestina—. Soy todo oídos.
Alberto—. Yo soy el esposo.
Parmenione—. Eso es lo que soy.
Eusebio—. Y yo quiero pruebas,
puesto que el tío soy.
Parmenione—. ¿Pruebas?
Hecho: aquí están.
Alberto—. ¿Pruebas?
¡Oh, pérfida temeridad!
Eusebio—. Todo está en regla.
Parmenione—. Me he explicado.
Berenice, Ernestina—. Ha enmudecido.
Alberto—. He sido engañado.
Parmenione—. No le crean, ni le hagan caso,
solo son historias mal inventadas,
que yo soy el esposo probado está.
Eusebio—. Por lo tanto, déjanos en libertad.
Alberto—. Asno
y un bribón es lo que eres,
y que yo soy el esposo
se probará.
Eusebio—. Por lo tanto, déjanos en libertad.
Alberto—. Quítate ese traje.
Parmenione—. Será mejor si te explicas.
Eusebio—. Esta es una cábala.
Parmenione—. No es para alterarse.
Eusebio—. Puedo...
Parmenione—. Es mejor callar.
Alberto—. Quiero...
Parmenione—. ¡Basta!
Eusebio—. Estoy...
Parmenione—. Déjenlo.
Alberto—. Siento...
Parmenione—. Váyanse...
Berenice, Ernestina—. Pero bueno,
cálmense por caridad.
Todos—. Con tanto equívoco, con tal desorden,
en el oscuro, horrible y confuso vórtice
cae, se golpea, se encoge y rueda
el cerebro, que perdido, por los aires va.
Pero disimulemos, que sin ruido,
todo rápidamente se descubrirá.
Escena Décima
Martino, después don Eusebio.
[RECITATIVO]
Martino—. No sé qué más hacer,
el temor del bastón me impone cautela,
y por evitarlo, sea; pero el apetito
quiere que salga a buscar el pan,
con que encontrando o no alguno,
moriré o bastoneado o por ayuno.
Eusebio—. ¿Tú, quién eres?
Martino—. (Como en este caso).
Eusebio—. ¿Y bien?
Martino—. ¡Señor!...
¡Soy el sirviente!...
Eusebio—. ¿Del forastero?
Martino—. Exacto.
Eusebio—. ¿Y qué haces aquí?
Martino—. ¿Yo? Nada.
Eusebio—. Pues entonces vete.
Martino—. Querría...
Eusebio—. De nada sirve replicar.
Martino—. Pero por lo menos...
Eusebio—. Dije que te fueras.
Martino—. ¿Y dónde?
Eusebio—. ¡Oh, qué insensato!
A la cocina a comer.
Martino—. (Aún respiro).
(Salen).
Escena Undécima
Ernestina, después Alberto.
Ernestina—. ¡Oh, qué destino el mío!
Pierdo al ingrato
que me sedujo;
para cortejarme, llega un nuevo
amante, y éste...
Alberto—. ¡Oh, por fin la encuentro!
Ernestina—. ¿Qué busca señor?
Alberto—. Busco
la razón del insulto sufrido.
Ernestina—. ¿Todavía sostiene?...
Alberto—. Ser Alberto.
Ernestina—. Su osadía...
Alberto—. Es aquella que nace
del verdadero honor. Traicionado
por un impostor, estoy condenado
por las apariencias; pero su error
y mis derechos serán en breve resarcidos.
Ernestina—. Cualquier derecho
que reclamara sobre mí sería en vano,
porque nunca suya podrá ser esta mano.
Alberto—. ¿Usted, por tanto, en mi daño
permanece unida a los otros en el error?
Si un preventivo y afortunado afecto
ocupa su corazón, apruebo y elogio
tan bella ingenuidad, pero si un error
tan injusto la induce a insultarme,
sabré encontrar el camino para vengarme.
[ARIA]
De todo sagrado empeño
se libere la palabra,
de usted no pide amor
quien para usted amor no tiene.
Cabezón quien quiera constreñir
de un corazón la libertad.
Mas si una indigna sospecha
sobre mí imponer se pretende,
ese generoso desdén
que mi decoro enciende,
armado de la razón,
del verdadero honor guiado,
confundirá la vana osadía
y la hará palidecer.
(Salen).
Escena Duodécima
Berenice, después don Parmenione.
[RECITATIVO]
Berenice—. ¿Quién me enseña la manera
de resolver el engaño?
Tengo la gran sospecha
de que este esposo sea un temerario,
un vulgar aventurero;
¿pero cómo es posible saber la verdad?
Parmenione—. (Hasta ahora va bien).
Berenice—. (Me quiero probar).
Parmenione—. ¡Oh! ¿A quién veo?
Berenice—. (Inclinándose). ¡Señor!...
Parmenione—. Una buena jovencita.
Me gustas.
Berenice—. ¿De verdad?
Parmenione—. Cierto, y si encuentro
en ti una conducta y discreta habilidad,
tal vez te honraré
con mi protección.
Berenice—. (¡Qué sinvergüenza!).
Parmenione—. ¿Qué?
Berenice—. Demasiado honor.
Parmenione—. Ya está decidido.
Después de mi casamiento
tomaré varias mujeres a mi servicio,
o sea que...
Berenice—. ¿Después?
Parmenione—. Ya se sabe.
Berenice—. Tenga en cuenta aquel proverbio:
El que cuentas hace
sin el patrón,
tendrá que repetirlas.
Parmenione—. ¡Pero bueno! Menos confianza;
y si te agrada estar en esta casa,
cuida bien de no hacerte la doctora,
o que yo...
Berenice—. ¡Señor!
Todavía no es el esposo.
Parmenione—. Si no lo soy, lo seré.
Berenice—. Existen dudas.
Parmenione—. ¿Qué dudas?
Berenice—. Las que antes tiene que aclarar,
y después hablaremos.
Parmenione—. ¡Cómo! ¿De tal guisa
me habla a la cara una vil sirvienta
y no tiembla?
Berenice—. Se equivoca: yo no soy esa.
Parmenione—. ¿Y entonces quién eres?
Berenice—. Una mariposita
que hace girar la cabecita
a quien no tiene juicio.
Parmenione—. ¡Vamos! Cálmate,
déjame.
Berenice—. Yo soy...
Parmenione—. ¡Dilo de una vez, demonios!
Berenice—. Soy...
Parmenione—. Una sirvienta descarada.
Berenice—. ¡Oh! Sin duda lo contrario, señor.
Yo soy la esposa.
[DÚO]
Parmenione—. ¡Tú la esposa!
Berenice—. Yo misma.
Parmenione—. ¿Y la otra?
Berenice—. Es mi hermana.
Parmenione—. (Si es verdad, la hice buena).
Berenice—. (Empieza a preocuparse).
Parmenione—. De un decir tan extravagante
no estoy muy convencido;
pero si de verdad así fuera,
mi error sabrás perdonar.
Berenice—. Aquí todos creen que es
un verdadero y gran sinvergüenza;
pero si prueba lo contrario,
también sabré lo yo tengo que hacer.
Parmenione—. Mis cartas...
Berenice—. Las vi.
Parmenione—. ¿Y mis señas?...
Berenice—. Las leí.
Parmenione—. ¿Entonces qué me falta?
Berenice—. Ahora quiero examinarlo.
¿Su padre está bien?
Parmenione—. Siempre estuvo sanísimo.
Berenice—. Pero escribió diciendo que no lo estaba.
Parmenione—. Es que quise bromear.
Berenice—. ¿Cómo se llama su hermana?
Parmenione—. Tiene un feo nombre,
se llama Pandora.
Berenice—. En sus cartas se llama Aurora.
Parmenione—. A la más joven quise indicar.
Berenice—. ¿Y del proceso tiene alguna novedad?
Parmenione—. El Tribunal nos da la razón.
Berenice—. ¿Pero en qué punto está la cuestión?
Parmenione—. No sabría explicarlo;
es asunto largo.
Berenice—. El equívoco ya no existe: di en el blanco;
el pérfido y vil impostor quedó al descubierto.
Un fuego, un ímpetu llena mi corazón,
la cólera no sé disimular.
Parmenione—. Mi empeño se vuelve siempre
más difícil, casi me arrepiento del paso dado.
Un cierto escalofrío recorre mi corazón,
pero fuerza y espíritu conviene demostrar.
Berenice—. ¿Es así, mi querido condesito?
Parmenione—. ¿Qué puedo hacer por vos?
Berenice—. Saludar a su padre.
Parmenione—. Lo haré de todo corazón.
Berenice—. ¿Y su hermana tan querida?
Parmenione—. Siempre tan buena como bella.
Berenice—. ¿Y el proceso se ganó?
Parmenione—. Eso al menos se me prometió.
Berenice—. Por tanto todo va como debe.
Parmenione—. Todo va como debe ir.
Berenice—. ¡Ah, hombre petulante,
incómodo, arrogante!
Deje ya de mentir,
su ardid ha sido descubierto;
es usted un impostor,
un vil aventurero,
y no son éstas
maneras de tratar.
Por fuerza o por amor
esta casa tendrá que abandonar.
Parmenione—. ¡Jovencita impertinente,
ridícula, imprudente!
A ti no te rindo cuentas,
ni tampoco acepto afrentas;
soy hombre de honor
y un caballero,
sé cómo decir las cosas
y también el modo de tratar.
Por fuerza o por amor
me quiero vengar.
Escena Decimotercera
Don Eusebio, Ernestina y Martino.
[RECITATIVO]
Eusebio—. Aquí no hay escapatoria.
Ernestina—. Es necesario hablar.
Martino—. ¿Qué puedo hacer?
Eusebio—. La verdad nos acompaña.
Martino—. ¡La verdad! ¿Pero cómo, señor,
podrá explicarla un sirviente?
Ernestina—. Menos pretextos.
Eusebio—. Por ti queremos saber
de tu patrón.
Martino—. Querría…
Ernestina—. Habla.
Dinos su nombre.
Martino—. Lo siento…
Eusebio—. Y su apellido.
Martino—. Les aseguro…
Ernestina—. Y su estado…
Eusebio—. Lo que hace.
Ernestina—. Lo que piensa.
Martino—. ¿Y qué esperan…?
Ernestina—. Descubrirlo por ti.
Martino—. Entonces escuchen…
[ARIA]
Mi patrón es un hombre
y quien lo ve lo sabe;
parece un gentilhombre
y tal vez lo será.
Viejo no es, ni joven,
ni feo, ni guapo,
no es un aldeano, ni un príncipe,
ni rico, ni pobre;
es uno más entre los seres
comunes de la sociedad.
Lo atraen las mujeres,
le gustan el vino y el juego,
es amigo de endeudarse
y enemigo de pagar;
todo lo censura y critica
aunque sea un ignorante.
Con todos pasa por sensible
aunque solo de sí mismo sea amante,
procura siempre vivir
en paz y santidad;
es uno entre los seres
comunes de la sociedad.
(Huye. Eusebio lo persigue. Ernestina sale).
Escena Decimocuarta
Don Parmenione y Alberto encontrándose.
[RECITATIVO]
Alberto—. Justamente lo buscaba.
Parmenione—. También yo corría
en su búsqueda.
Alberto—. Después del exceso
de su impostura,
¿no se sonroja todavía?
Parmenione—. Después
de quitarme la valija,
¿tiene aún tanto descaro?
Alberto—. No sé qué hacer
con sus harapos.
Parmenione—. Ni a mí me interesan
sus riquezas.
Alberto—. Es por eso
que las quiero.
Parmenione—. Las tendrá
cuando me devuelva mis objetos personales.
Alberto—. Y el falso nombre, el honor comprometido,
los injustos ultrajes, la mal robada esposa,
exigen un remedio.
Parmenione—. ¡Oh, esto es otra cosa!
Alberto—. ¿Se resiste?
Parmenione—. Se entiende.
Alberto—. ¿Así que a un golpe mío…?
Parmenione—. ¿Otro golpe mío responde…?
Alberto—. No sé sufrir…
Parmenione—. No puedo ceder…
Alberto—. Juro
que se arrepentirá.
Parmenione—. Se lo aseguro:
no me arrepentiré.
Escena Decimoquinta
Berenice y dichos.
Berenice—. ¿Qué escándalo es este?
Parmenione—. ¿Y tú aquí qué quieres?
Berenice—. Más flema.
Alberto—. (¡Oh, cuán bella es!).
Parmenione—. ¿Y bien, qué buscas?
Berenice—. Si para mi desgracia
resultara usted ser mi esposo, yo nada recibiría;
pero…
Alberto—. ¿Si la prueba
que yo soy el esposo fuese evidente…?
Berenice—. Entonces hablaría diversamente.
Parmenione—. Tanto mejor.
Berenice—. Sí, ya sé, es otra quien le atrae,
una más bella y gentil doncella.
Parmenione—. Tu patrona, y mi esposa es ella.
Berenice—. Muy vivo.
Alberto—. Por tanto, estamos de acuerdo:
si la otra es la esposa, se la cedo,
y los insultos sufridos perdono.
Parmenione—. Excelente.
Alberto—. Pero del verdadero Alberto,
si el premio es éste, el usurpado nombre,
los derechos conculcados,
mi honor traicionado
y esta mano, que me pertenece, quiero.
Parmenione—. Y así terminará el embrollo.
[RECITATIVO]
Berenice—. Pero si no está usted seguro
de quién es la esposa, ante la duda
sobre mi destino,
no lo estoy de su persona,
ni tales pactos se hacen en presencia
sin antes conseguir mi licencia.
[ARIA]
La esposa usted pretende,
usted me hace la corte;
pero, señores míos, ¿quiénes son?
¿Quién tiene la razón, y quién no?
Si aclaran el enredo
algo nacerá.
Parmenione—. Si desea ser la esposa,
no soy más el conde Alberto.
Alberto—. Si mi corazón no rechaza,
aunque incierto, seré el esposo.
Berenice—. ¡Qué palabras tan azucaradas!
¡Qué dudosa ingenuidad!
(¡Oh amor no me traiciones
ante este fatal misterio,
ilumina la verdad
entre tanta oscuridad!).
Alberto, Parmenione—. Si es usted hombre de honor,
yo soy hombre sincero:
descúbrase primero la verdad
y después ya se hablará.
Berenice—. ¿Entonces, nadie habla?
Alberto—. Para mí la quiero a cualquier costo.
Parmenione—. Para mí elegí a la otra bella.
Berenice—. Quiero saber la verdad.
Alberto—. Se la dije.
Parmenione—. Respondí.
Alberto, Parmenione—. El pacto está acordado.
Berenice—. No sufriré este ultraje,
quiero saber quiénes son:
quien tenga el coraje de engañarme
o quien haya decidido callar,
quien sea descubierto, desenmascarado,
será vilipendiado
y de su intento miserable
más tarde se arrepentirá.
(Sale).
[RECITATIVO]
Alberto—. ¡Pare!
Parmenione—. ¿Qué pasa?
Alberto—. Debe mantener
la palabra dada.
Parmenione—. Estoy listo.
Alberto—. Juntos
debemos verificar quién es la esposa.
Parmenione—. Y después, tal como se dijo…
Alberto—. Tendrá efecto el pacto convenido.
Escena Decimosexta
Ernestina, don Eusebio, después don Parmenione y dichos.
Ernestina—. Su desliz al fin
será un capricho, no un delito.
Eusebio—. Pero si el sirviente no hubiera hablado
yo sería pariente de un impostor.
Ernestina—. No lo creo.
Eusebio—. ¿Por qué?
Ernestina—. Porque él dirigió
hacia mí todo su deseo.
Parmenione—. Aquí me tienes a tus pies,
bello ídolo mío.
Ernestina—. ¿Lo oyes?
Eusebio—. ¡Oh! La burla
le invito a terminar: ya no es
más un misterio su persona.
Parmenione—. Y aunque lo fuese,
vine para terminar toda cuestión,
porque si Alberto ya no soy, soy Parmenione.
Ernestina—. ¿Parmenione de Castelnuovo?
Parmenione—. Exacto.
Del conde Ernesto,
ahora gravemente enfermo, soy amigo,
elegido para seguir a su hermana fugitiva.
Ernestina—. La ha encontrado,
porque ella, soy.
Parmenione—. ¡Usted!
Eusebio—. ¿Qué oigo?
Ernestina—. ¡Ah! Fui por desgracia seducida
por un alma perversa,
que pudiendo doblegar mi rigor
¡aquí sola me dejó!
Parmenione—. ¡Qué traidor!
Eusebio—. Ahora comprendo…
Parmenione—. Suficiente: ya me ahorré
tener que castigar a ese indigno,
reparar tu honor tal vez no sea en vano;
te ofrezco mi mano.
[FINAL]
Aquel que fui, soy,
y por el error pido perdón:
no tengo otro deseo
que ser tu esposo.
Ernestina—. Aceptaré el ofrecimiento
de tan preciado don.
Eusebio—. Pero entretanto,
¿ese otro forastero?
Parmenione—. Él es el esposo verdadero,
y ahora le contaré todo.
Ernestina—. ¡Qué hermoso este momento!
Parmenione—. ¡Qué día tan afortunado!
Eusebio—. Estoy estupefacto.
Ernestina, Parmenione—. Tuya · Tuyo seré siempre.
Ernestina, Parmenione, Eusebio—. Difundamos
el evento inesperado,
con todos quiero compartir
el júbilo que siento.
Escena Decimoséptima
Berenice y Alberto.
Berenice, Alberto—. ¡Oh, cuán gratas son
las penas de amor,
si el premio al dolor
es otro tanto de placer!
Berenice—. ¿Puedo fiarme?
Alberto—. ¿Dudas todavía?
Berenice—. Por lo tanto eres mío.
Alberto—. Y tú mi esposa eres.
Berenice, Alberto—. Un tierno tumulto
siento en el pecho;
de tanto placer
se ofusca el pensamiento.
Escena Última
Martino y dichos, después don Eusebio con Ernestina y don Parmenione.
Martino—. Señores míos, alegría,
el embrollo está arreglado.
Berenice—. ¿Pero qué dices?
Alberto—. ¿Qué pasó?
Martino—. Lo que pasó no vale nada,
bueno es lo que seguirá.
Alberto—. ¿Entonces…?
Berenice—. Habla…
Martino—. Justamente está llegando
quien más lo dirá.
Eusebio—. ¡Ah, sobrino!
Ernestina—. ¡Amiga mía!
Parmenione—. Servidor.
Berenice—. ¿De dónde viene esta alegría?
Alberto—. ¿De dónde tan buen humor?
Eusebio—. ¿No lo ven?
Ernestina—. ¿No lo entienden?
Parmenione—. Si quieren escuchar
quedará todo claro.
Ustedes me han elegido
por un capricho de la suerte,
patrón de sus propiedades:
en efecto para serlo
quise aún que la consorte
fuese mi mitad;
y fue solo este retrato
que me hizo culpable
de tan grande barbaridad.
Berenice—. ¿Qué pasó?
Alberto—. Este retrato
es de mi hermana.
Un regalo destinado
a mi nueva esposa…
Parmenione—. También yo vi que me había
equivocado, pero entonces ya era tarde.
Eusebio—. ¿Entonces…?
Parmenione—. Encontré en cambio
aquello que buscaba.
Martino—. De tal manera Amor aquí cazó
dos pájaros de un tiro.
Parmenione—. Espero que ustedes sepan perdonar…
Berenice—. Estás plenamente perdonado.
Ernestina—. Por mí estoy contenta.
Alberto—. Te abrazo y te perdono.
Eusebio—. La farsa terminará
con un doble matrimonio.
Todos—. De tan plácida alegría
participe cada corazón,
y el Dios del amor
rinda constante nuestro júbilo,
y si acaso la ocasión
hace al hombre ser ladrón,
hay a veces una razón
que lo puede legitimar.
FIN
Nota. Las ediciones sucesivas, de esta traducción de Nahuel Cerrutti, del libreto de La ocasión hace al ladrón, ópera de Gioachino Rossini y Luigi Prividali, fueron:
1. Violín de Carol Ediciones, Colección Las máscaras de la ficción 3, Madrid, 2005. Edición bilingüe.
2. Cerrutti · Editor, Medialuna de grasa · Objetos ficcionales N.º 8, Buenos Aires, 2019.
3. nahuelcerrutti.com / Ópera, 2024.