Giovanni Paisiello – Giovanni Bertati · Gli astrologi immaginari / Los astrólogos imaginarios. Traducción: Nahuel Cerrutti.
El libreto de Giovanni Bertati para la música de Giovanni Paisiello, de la ópera bufa en dos actos, Gli astrologi immaginari, se representó por primera vez en el Teatro Hermitage de San Petersburgo, el 14 de febrero de 1779.
Personajes
Clarice, Soprano
Cassandra, Mezzosoprano
Giuliano, Barítono
Petronio, Bajo
Acto Primero
[SINFONÍA]
CLARICE.–Un señor de buen aspecto,
bien vestido, jovencito,
pide permiso
para hablar contigo.
PETRONIO, CASSANDRA.–¡Ca… ca… calla!
CLARICE.–Hablo bajo;
(Con los libracos siempre en la mano
parecen delirar).
PETRONIO.–(Absorto en la lectura). ¡Qué pensamientos!
CASSANDRA.–¡Qué descubrimientos!
PETRONIO.–¡Qué argumentos!
CASSANDRA.–¡Qué expresión!
CLARICE.–Di al menos como conclusión
si debo aquí dejarlo entrar.
PETRONIO, CASSANDRA.–¡Ca… ca… calla!
CLARICE.–¡Esta sí que es buena!
Me voy tranquilamente, le digo
que regrese otro día,
y así terminaré.
PETRONIO.–(Volviéndose). ¡Eh, Clarice!, ¿qué protestas?
CLARICE.–Un señor te quiere hablar,
¿debe quedarse, debe irse?
¡Respóndeme: sí o no!
PETRONIO.–¡Sí, que venga; no, que espere!
CASSANDRA.–¡Que venga quien quiera venir,
ahora pienso partir
y dejarlos en libertad.
PETRONIO, CASSANDRA.–Justo sobre lo mejor
viene éste, vuelve aquél,
y el estudio así se va.
CLARICE.–Terminarán perdiendo la cabeza;
a ese fin se llegará. (Sale).
PETRONIO.–Ahora veamos quién es por mi pregunta.
En primer lugar adoptemos una pose
que indique reputación
y así, venga quien venga
sabrá quién es el amo.
GIULIANO.–(Entrando se deshace en reverencias).
Señor distinguidísimo,
mi amo estimadísimo,
soy el señor Giuliano Teburla,
un hombre riquísimo:
si me tomo el atrevimiento,
si le ocasiono molestias,
si soy inoportuno
inclinado le pido humilde perdón.
PETRONIO.–¡Oh, cuántas reverencias!
¡Ya basta, basta!
Odio todo lo superfluo: soy filósofo,
y como vivo a la pata llana,
ni voy a epatar a nadie,
ni nadie lo hará conmigo.
GIULIANO.–Comprendo, y está bien.
Entonces le diré que una negociación,
de esas comunes que todo el mundo tiene,
me traído a su presencia.
PETRONIO.–(Para sí mismo). (Me trata con familiaridad).
GIULIANO.–¿Usted tiene una hija?
PETRONIO.–Tengo dos. La primera,
de raros talentos,
se parece al padre;
y luego otra, que imitando a la madre,
es escasa de ingenio, realmente insulsa.
GIULIANO.–Dejemos a un lado
a la de los talentos raros y bellos
y hablemos ahora de la otra.
La he visto, y es grata a mis ojos;
la amo, y querría casarme con ella dentro de tres días.
PETRONIO.–(¡Oigan qué franqueza!).
¡Cualquier cosa que ella sea,
sepa que es hija
de un filósofo como yo!
GIULIANO.–Pues bien: yo también soy filósofo.
PETRONIO.–Entonces charlemos.
¿Conoce algún tratado
sobre el lenguaje de los pájaros?
GIULIANO.–¡Oh no; no me ocupo de semejantes tonterías!
PETRONIO.–¿Qué? ¿Cómo? ¿Tonterías?
Sepa usted que el ruiseñor,
cuando hace «quió, quió, quió, quió»,
el jilguero «yiri, yiri, yiri»,
y la alondra «liró, liró, liró, liró»,
hablan entre ellos, y quien tuviera
el conocimiento de tan oscuro lenguaje,
¿no conocería acaso el secreto de la naturaleza?
GIULIANO.–(Riéndose). ¡Ja, ja!
Dejemos a un lado esos cuentos
y hablemos un poco de Clarice.
PETRONIO.–¿Usted los llama cuentos?,
y qué dirá entonces de la Eutropía,
que rinde al hombre invisible
y que, en cambio, de ella,
con el ojo derecho del lobo
y con hierbas y raíces destiladas…
GIULIANO.–Me muero de risa.
PETRONIO.–(Furioso). ¡Oh, será usted ignorante!
Quienquiera que sea mi hija, ahora le respondo
que a usted no se la daría ni aunque se hundiera el mundo!
Por pura conciencia
no podría dársela en matrimonio:
ignorantes, usted y ella,
hermosa unión de verdad,
nacerían otros ignorantes;
pero paciencia, sigamos adelante:
si llegara a casarse
procrearían
niñitos ignorantes
en gran cantidad,
¿y qué pasa?, que a la vuelta
de tres siglos, en sustancia,
veo a todo el mundo
solo lleno de ignorancia,
y la culpa será mía
por tamaña barbaridad. (Sale).
GIULIANO.–(Solo). ¡Oh, qué ignorante de verdad! ¡Visionario!
¡Qué loco de atar!
Si aquí tuviera que quedarse
la amable Clarice,
muy, pero muy infeliz seria;
pero ahora que he descubierto
el loco humor,
me sugiere Amor
una extraña y bizarra fantasía
para conseguir que hoy Clarice sea mía. (Sale).
CLARICE.–(Sola). Que mi estrella me sirva de guía
ante este dudoso desafío,
ah, desgraciadamente ya siento el corazón
palpitar en mis entrañas.
GIULIANO.–(Entrando). ¡Por fin te encuentro, alma mía!
Aprovecho este momento
para decirte lo que que he hecho.
CLARICE.–¿Cómo encontraste a mi padre?
GIULIANO.–¡Un loco, un loco!
CLARICE.–(Desolada). Entonces, querido Giuliano…
GIULIANO.–No, nuestro afecto no será en vano;
serás mi esposa.
CLARICE.–Pero, ¿y mi padre?
GIULIANO.–No temas:
basta que tú, querida mía,
me autorices
para poder realizar
algo de mi invención.
CLARICE.–Todo te concedo
si tu honor y el mío
no se resienten por ello.
GIULIANO.–Entiendo. ¡Adiós!
CLARICE.–Calma, calma, ¿dónde vas?
GIULIANO.–A realizar mi pensamiento.
CLARICE.–Espera.
¿Me dejas así?
GIULIANO.–La cosa apremia,
pero falta poco
para que estemos juntos para siempre.
Te dejo mi corazón en prenda,
Créelo, mi bien:
me voy, pero vuelvo… Adiós.
Dentro de poco nuestro amor
quedará contento.
Que en esa hermosa cara
Resplandezca de gozo una centella;
¡ah!, esa dulce sonrisa
que por completo me hace brillar,
y esa risa suave
que alegra mi corazón
y un mayor contento
no, no se puede dar.
Sobre esta manita
te juro bonita
que un amor tan férvido
nunca llegué a probar.
(Salen).
PETRONIO.–(Solo). ¡Qué gran ignorancia cubre el mundo!
Para poder estar
entre la gente, invisible,
me encontraba casi al fin de la operación,
solo me faltaba
el ojo derecho de un lobo.
Para conseguirlo escribí a un amigo,
pero por muy claro
que lo expresé
¡me mandó el izquierdo!
CASSANDRA.–(Entrando). Ha llegado un jovencito que dice ser,
cómo lo diría, estudiante de un filósofo…
Bueno, que quiere hablarte.
PETRONIO.–Sí, sí, algún discípulo.
¿Y pregunta por mí?
CASSANDRA.–Con gran premura.
PETRONIO.–(Con entusiasmo). ¡Oh, por supuesto, que entre!
CASSANDRA.–Sí, señor. (Sale).
PETRONIO.–¡Un discípulo!
¡Eh sí! Le habrá llegado el rumor
de mi fama
y él también querrá ser
mi oyente.
GIULIANO.–(Entra disfrazado de filósofo griego).
Salve tu Domine;
Argatifóntidas
tibi salutem
mittit per me.
(Por lo que sé
bien poco entiendo).
Pro illo accedo
nune ego ad te.
Argatifóntidas
tibi salutem
mittit per me.
PETRONIO.–(¡Habla siempre en latín!).
Bienvenido tú, discepulus; sí, yo te saludo.
GIULIANO.–Tu loqueris latine?
PETRONIO.–Yo, sí señor,
latine… ma loquebis tu italianum.
Che intentebo
semplus che oltramontanum.
GIULIANO.–(Quiero seguir todavía un poco).
Noscis tu Argatifóndidas?
PETRONIO.–Sit cum supportationem;
ma istum talem no sappio
si sit homo aut animalem.
GIULIANO.–Filosofus est iste,
illustris per illustris illustrissimus.
PETRONIO.–Profunditatis largam reverentiam
facio ad suam illustrissimam sapientiam:
ma nos parlamus sicut altras gentes
perchè latinum ligaverunt dentes.
GIULIANO.–Hablemos italiano;
él en Grecia estudió filosofía
y en Egipto astronomía,
la magia entre los caldeos
y la cábala entre los hebreos.
Consigo trae crisoles, vasos, cacerolas,
destilados, alfanjes, plantas, minerales,
hierbas, peces, volátiles, cuadrúpedos,
reptiles, insectos, salitres y grasas;
¡todo sumado, él es un señor,
un filósofo insigne, un gran doctor!
PETRONIO.–Eso creo, seguro que lo creo.
GIULIANO.–A usted lo conoce por su fama.
Él lo llama linterna de filósofos,
salsa de literatos,
pastel de científicos,
guiso de doctos.
Se ve que es un señor,
un filósofo insigne, un gran doctor.
PETRONIO.–¿Me conoce por mi fama,
y con tantos bellos nombres me llama?
GIULIANO.–Siente por usted tanta estima
que estando de paso por aquí,
ahora que regresa a su país,
brama por pasar un par de días
en su compañía.
PETRONIO.–Sea entonces bienvenido
el filósofo excelente
y honorado su estudiante
con él se quedará.
GIULIANO.–Honre a mi maestro,
que de honores es bien digno,
pero el estudiante tiene otros deberes
que lo obligarán a irse.
PETRONIO.–Pero, le ruego…
GIULIANO.–No es el caso,
y aunque usted me ha convencido,
de verdad debo irme.
PETRONIO, GIULIANO.–Por respeto, por amor,
concédame señor mío
que antes pueda besarlo.
PETRONIO.–Si puede esperar contento,
voy y vuelvo en un solo momento;
quiero presentarle a una hija mía
que para el saber no tiene igual.
GIULIANO.–Sí señor, la veré con placer.
(Mirando hacia otro lado). (Me parece ver a Clarice).
(Mirando a Petronio). Esta hija que a su padre se asemeja
debe ser toda una rareza.
PETRONIO.–Esta hija que a su padre se asemeja
ciertamente es toda una rareza. (Sale).
CLARICE.–(Entrando con paso lento). Pobrecita, así estoy,
noche y día suspirando;
no tengo el remedio
para el mal que está aquí dentro.
GIULIANO.–Yo también estoy así
y no sé dónde está la calma.
CLARICE.–(A Giuliano sin reconocerlo).
¡Este no es el modo, señor,
de entrar en una habitación
para enterarse de los problemas ajenos!
GIULIANO.–No te vayas tan de prisa,
mira antes esta cara:
¡Yo soy aquel que por ti languidece!
CLARICE.–¡Tú, Giuliano!
GIULIANO.–¡Sí, mi bienamada!
CLARICE.–¿Cómo…?
GIULIANO.–Calla…
CLARICE.–¡Pero cómo…!
GIULIANO.–Calla.
Sabrás todo dentro de poco.
CLARICE, GIULIANO.–Viene gente, conviene
separarse para que no nos descubran tan pronto.
PETRONIO.–(Entrando con Cassandra y algunos alumnos).
Con gran placer le presento mis respetos…
CASSANDRA.–… a quien trajo la noticia
de que Argatifóntidas nos visitará.
GIULIANO.–(Señalando a los alumnos).
¿Quiénes son éstos?
PETRONIO.–Son literatos:
aquél sabe muchísimo acerca de la luna,
éste es fortísimo en la poética,
¡pero sobre todo le ruego que mire
a la literata de literatos
que está a su lado! (Señalando a Cassandra).
GIULIANO.–(Abrazando a Clarice). Lo celebro,
permítame que al menos
me deje llevar
apretándola contra mi pecho.
PETRONIO.–(Interponiéndose). ¡No, no, se equivoca,
ésa no es!
¡No, no, vuélvase!
CASSANDRA.–Estoy aquí.
GIULIANO.–(A Cassandra). En usted contemplo y admiro
la ciencia y la doctrina,
pero después me vuelvo hacia acá
para echar una ojeada
a un objeto simple
que tan bello me parece.
CASSANDRA.–El objeto es demasiado trivial
para alguien que es un literato:
ella no ha estudiado
y nunca podrá cautivar.
CLARICE.–(Burlona). Preste atención a la doctora
de ingenio superfino,
que sabe hablar latín,
que sabe citar al autor;
pero para gustar, hermana,
hay que ser más bella,
y los libros, no, no sirven
para inspirar amor.
CASSANDRA.–¡Esta es una impertinencia
que de ti no tengo por qué sufrir!
CLARICE.–¡Es tuya la insolencia,
eres toda una atrevida!
CASSANDRA.–¡Qué valor!
CLARICE.–¡Envidiosa!
¡No sigas provocándome!
PETRONIO.–(Tratando de calmarlas).
¡Ya, cállense, no es nada!
CLARICE.–Si se me altera la mente…
GIULIANO.–¡Ya, cállense, no es nada!
CASSANDRA.–Si se me olvida la moral…
PETRONIO, GIULIANO.–¡Basta, terminen de gritar!
CLARICE, CASSANDRA.–No la puedo soportar.
TODOS.–Ya estamos, por nada
se altera el cerebro
y puede armarse un follón tal
como para ridiculizarnos.
Hagamos silencio,
adoptemos la prudencia,
se necesita la paciencia
para no precipitar.
Acto Segundo
PETRONIO.–(Solo). Ya que viene el famoso Argatifóntidas,
no quiero que solo esté dos días de mi casa
sino dos meses.
Antes de nada es necesario
librarse de Clarise,
porque en mi casa
no quiero que Argatifóntidas encuentre
algo distinto de la ciencia y la doctrina,
y de este modo, sintiéndose a gusto,
le entrarán ganas de quedarse bajo mi techo. (Sale).
CLARICE.–(Sola). Si piadoso, Amor, eres conmigo,
ve y encuentra a mi amado,
ese objeto querido, adorado
de mi felicidad.
Amorosos afectos míos,
vuelen hacia donde está mi bien
y suspirando cuéntenle
cuánto me hace penar.
Todo lo que yo quisiera decirle
díganselo a mi tesoro.
PETRONIO.–(Entrando). Justamente te buscaba,
escucha un poco: ya que hablar contigo
de ciencia y de doctrina es lo mismo
que intentar pistar el agua dentro de un mortero,
me gustaría saber,
sinceramente hablando,
qué idea hacerme acerca de tu pensamiento.
CLARICE.–Sí señor, lo confieso, yo no nací
para mujer literata,
y tampoco escondo mis ideas:
me inclino por poblar el mundo.
PETRONIO.–Excelente, y esta inclinación
está de acuerdo con mi intención.
Es por ello que entiendo
que muy pronto te debes casar:
Focione, o también Leandro
son aquellos que te doy para elegir.
CLARICE.–Una muy humilde sierva soy
del señor Leandro y del señor Focione,
pero, con su permiso,
¡tengo fijo en el cerebro
no quererme casar ni con uno ni con otro!
PETRONIO.–Y yo un servidor
de la señora hija,
con su permiso,
tendrá que casarse con Leandro o con Focione.
CLARICE.–¡Seguro que esto, señor padre, no será!
PETRONIO.–¡Esto, señora hija, es lo que se hará!
CLARICE.–No lo quiero, no lo tomo,
no señor, señor no.
PETRONIO.–Pretendo que te cases,
sí señora, eso quiero yo.
CLARICE.–Lo veremos.
PETRONIO.–Ciertamente.
De tu padre, hombre sabio,
debes hacer su voluntad.
CLARICE.–Sería bueno de verdad.
PETRONIO.–Bueno o no, lo veremos.
CLARICE.–¡No lo haremos, no lo haremos!
PETRONIO.– ¡Sí lo haremos!
CLARICE, PETRONIO.–¡Ya veremos qué será!
(Clarise sale vivamente).
PETRONIO.–(Solo). ¿¡Se habrá nunca visto
mujer tan satanizada!?
CASSANDRA.–(Entra precipitadamente).
Rápido, rápido, querido padre;
¡oh cuánta gente!,
¡oh cuánta confusión!
PETRONIO.–¿Qué tienes? ¿Qué pasó?
CASSANDRA.–El deseado acaba de llegar. (Sale).
PETRONIO.–(Con viva animación). ¿Llegó Argatifóntidas?
Rápido, rápido a recibirlo.
¡Ah!... Sillas, refrescos;
conviene que baje las escaleras
para ir a esperarlo,
pero ya no hay tiempo:
aquí está.
GIULIANO.–(Entra disfrazado de viejísimo filósofo griego, seguido de algunos discípulos).
Con cien años a mis espaldas
lo abrazo decidido
en signo de amistad.
PETRONIO.–Sea usted bienvenido;
lo abrazo y lo saludo,
mi querida Antigüedad.
Deme la mano,
tome asiento.
GIULIANO.–¡Ay, ay, ay! Con cuidado,
estoy dolorido.
PETRONIO.–(¡Está lleno de achaques!).
GIULIANO.–Ah, compadézcase de mis años (tose)
y mi largo estudiar.
PETRONIO.–(Para sí). (¡Me temo
que éste vino a morirse
en mi casa!).
GIULIANO.–Un poco de catarro (tose),
pero que a veces me atormenta.
PETRONIO.–(Comienza a toser él también). ¡Lo siento, lo siento!
GIULIANO, PETRONIO.–(Ambos tosen cada vez más).
(A ver si me pega
la pulmonía).
PETRONIO.–¡Oh, loado sea el cielo
que bien se ha ganado!:
Aunque después de tanto viaje, tanto estudio,
y con un siglo de años, mirándolo bien,
en verdad, debajo de ese pelo canoso
parece un jovencito bien barbudo.
GIULIANO.–Sí, sí, se lo explicaré: se acerca la hora,
cumplidos los cien años,
que me debo renovar.
PETRONIO.–¿Cómo? ¿Qué dice?
¿Qué debe renovarse?
GIULIANO.–En Arabia vi el ave fénix,
y oyéndola cantar, entendí por su lenguaje
cómo hace para renovarse;
por lo que esta misma mañana
pronto bebí la primera medicina.
PETRONIO.–¡Qué oigo! ¡Oh, qué gran cosa!
¿Usted entiende el lenguaje de los pájaros?
GIULIANO.–A usted no puedo negárselo:
tardé setenta años en aprenderlo.
Telémone: este (mostrándole un grueso volumen)
es un diccionario muy cuidado
para comprender el variado lenguaje de los pájaros.
PETRONIO.–(Abrazándolo con entusiasmo).
¡Oh, bendito! ¡O Júpiter te agradezco!
No me canso de besar a uno y a otro.
¡Oh, cuánto deseo aprenderlo yo también!
GIULIANO.–Le enseñaré todo lo que sé.
CLARISE.–(Entra sin ser advertida). (Este tiene que ser Giuliano,
y quiero acercarme para observarlo).
PETRONIO.–(Leyendo). Que letra tan endiablada.
CLARISE.–(En voz baja a Giuliano). ¿Eres tú?
GIULIANO.–(En voz baja). Yo soy, ídolo amado.
PETRONIO.–(Ve a Clarice). ¿Pero qué haces aquí?
CLARISE.–Vine por curiosidad.
PETRONIO.–Vete de aquí, ignorante.
CLARISE.–Para estas cosas soy una diletante.
GIULIANO.–¿Quién es esta muchacha?
PETRONIO.–Es mi hija,
aunque enemiga del estudio y de la doctrina,
la mueven lo material y estar al aire libre.
GIULIANO.–¡Oh, aun así déjela! Descubro
en esos mismos signos un ingenio muy fino.
CLARISE.–¿Es usted adivino?
GIULIANO.–¡Sí, hija mía!
(A Petronio). Si me deja aquí,
media hora a solas con ella,
conseguiré que se amigue con el estudio.
PETRONIO.–Lo dejo incluso un mes.
(¡Si el Cielo quisiera!).
Quédate, quédate con él, escucha y aprende,
haz lo que te dice.
Mientras tanto me ocuparé de que preparen
una habitación para usted.
(¡Oh, qué contento estoy
de su llegada!). (Sale).
GIULIANO.–Hasta el momento todo va de maravilla.
Ídolo mío adorado:
he pedido una calesa
que al surgir de la aurora
esperará en la puerta del jardín,
y el tiempo fijado se aproxima.
¿Por qué estás tan triste?
¿En qué piensas?
CLARISE.–¡Ah, mi querido Giuliano! ¿Cómo crees
que pueda estar tranquila?
Temo que en cualquier momento
mi padre te descubra
y entonces se acabará lo bueno de nuestra obra.
GIULIANO.–No dudes, Clarice,
confía en mí.
Espera, y en breves instantes
la felicidad y el contento habitarán nuestros corazones.
CLARISE.–Confío en ti;
¿pero no sería mejor
pensar alguna otra forma de engaño
para no tener que huir?
GIULIANO.–Pues bien, pensaré
en otra solución mejor.
Siéntete segura
y déjame a cargo de todo.
PETRONIO.–(Entra sin ser visto). (Mi curiosidad me hace volver
para observar qué le está enseñando).
CLARISE.–(A Giuliano). ¿Entonces no me engañas?
GIULIANO.–Sobre tu mano, que beso, lo juro.
CLARISE.–También sobre esta mano te lo aseguro.
PETRONIO.–(¡Cómo! ¿Qué está diciendo?).
GIULIANO.–(Fingiendo que no advierte la presencia de Petronio).
Sí, hija, puedo rejuvenecer.
PETRONIO.–(Acercándose). Ya no puedo contenerme.
¡Ah, permítame que lo bese y lo abrace
por lo que acabo de oír!
¿Cuándo rejuvenecerá?
GIULIANO.–A las dos de esta noche
y en su presencia,
dado que quiero
enseñarle a usted el modo
de volverse invisible,
o sea que verá, sentirá
y sabrá quién seré.
(Salen).
CASSANDRA.–(Entra seguida por algunos discípulos).
La hora tranquila y oportuna
y el hermoso rayo de luna
invitan a pasear.
DISCÍPULOS (Coro). En el silencio, al aire nocturno,
el pensamiento se repliega,
entonces se puede meditar.
CASSANDRA.–Pruebo en mi interior cierto deseo
que no puedo explicar
y sobre ello quiero filosofar.
PETRONIO.–(Entrando). Te estaba buscando por todos lados
y por fin aquí te encuentro.
Dijiste que había llegado
Ese gran portento nuevo,
a Argatifóntidas me refiero,
como podrás entender.
Si lo esperas un poco
Aquí mismo vendrá.
Es viejo de cien años,
está lleno de achaques,
pero escucha y te maravillarás:
¡Es capaz de rejuvenecer!
TODOS.–¡Oh, qué gran portento!
¡Qué hombre, oh qué talento!
¡Es algo sorprendente!
PETRONIO.–(Entra junto a algunos falsos discípulos y Clarice).
Como primera prueba
de mi ciencia,
ante la presencia de todos,
ahora mismo he de mutar
este antiguo despojo.
CASSANDRA, CLARICE.–¡Qué maravilla
será esta!
PETRONIO.–¡Qué ignota ciencia
poseerá esa cabeza!
TODOS.–Aquí estamos dispuestos a observar.
GIULIANO.–Antes de nada
es necesario que aquí,
cada uno de ustedes
escriba,
según costumbre
su propio nombre;
y en cuanto al asunto,
les aseguro
que todo saldrá bien.
PETRONIO.–¡Bien, requetebién,
aquí estoy! (Firma).
CLARICE.–(En voz baja a Giuliano). ¡Tiemblo toda:
qué pasará!
GIULIANO.–No duden,
déjenme hacer.
Les pido que en el momento
del feliz evento,
quieran con el cántico
acompañar este acto.
CASSANDRA, PETRONIO, CORO.–(Mientras aparte, ayudado por Clarice, Giuliano finge prepararse para la operación).
Que Plutón sea propicio
con el flin flin y el flon flon
y renueve en él la edad
en virtud del tapadad.
GIULIANO.–(Presentándose como cuando llegó).
¡Ya está!
TODOS.–¡Qué prodigio!, ¿qué resultó de todo esto?
De verdad que uno se queda estupefacto.
¡Oh, qué joven tan bello y garboso,
mis ojos no dan crédito a lo que ven!
PETRONIO.–Permítame que al menos lo toque.
GIULIANO.–Sí, mire, sienta, toque.
PETRONIO.–(Reconociéndolo). ¡Oh, pobre de mí! ¡Qué cosa veo!
CASSANDRA.–No entiendo.
¿Qué pasó?
PETRONIO.–¡Ah, querida hija,
estoy desesperado!
¡He sido traicionado,
engañado!
Este es un pérfido,
un impostor.
CLARICE.–(Estoy temblando de miedo;
No sé qué decir, no sé qué hacer.
¡Qué caos se avecina!).
GIULIANO.–(¡Ah, qué duro
está el asunto;
poder salir
de este embrollo!).
PETRONIO.–Déjame ver
ese papel,
quiero saber
qué hay escrito.
CLARICE.–¡Oh Dios, siento
que mi espíritu
casi no sabe
cómo resistir!
GIULIANO.–(Ah, menos mal
que la escritura
que firmó
está aquí segura,
por no temo
lo que hará).
PETRONIO.–(Lee). «Yo, Petronio Ciática,
me obligo y prometo
casar a mi hija
Clarice Ciática
con el señor Giuliano Teburla,
y ante la presencia de testigos,
firmo aquí».
¿Con el señor Giuliano Teburla?
¡Sí que me ha burlado!
CASSANDRA.–Lo escrito, escrito está,
y no se puede cancelar.
PETRONIO.–¡Ah, infieles, crueles, tiranos,
mentirosos, saco de embustes!
¿Cómo se puede engañar a un padre así?
CLARICE, GIULIANO.–Querido padre,
debes perdonar nuestros errores
si aún encierras en tu seno
un poquito de piedad.
PETRONIO.–¡Oh, qué arte! ¡Oh, qué elocuencia!
Desde ya me siento envilecido.
CASSANDRA.–Pero ahora y más que nunca
se requiere paciencia, y sobre todo, dejarlos casar.
PETRONIO.–Por fuerza o por amor
debo decir «sí señor».
¡Vamos, adelante, concedido está;
solo les pido hijos doctos
y, por lo demás, que ustedes gocen de salud.
TODOS.–¡Oh, qué escena tan funesta,
mezcla de gozo y de pena!
¡Oh, qué terribles momentos
de discusión y desasosiego
el amor nos hace pasar!
FIN
Nota. Las ediciones de esta traducción de Nahuel Cerrutti, del libreto de Gli astrologi immaginari / Los astrólogos imaginarios, ópera de Giovanni Paisiello y Giovanni Bertati, son:
1. Violín de Carol Ediciones, Colección Sueños de la ficción · 14, (Edición bilingüe), Sevilla, 2009.
2. nahuelcerrutti.com / Ópera, 2024.